Los ¿encantos? de volverse tecno
- ¿Me das un poco del electrónico? Me gritó al oído, una amiga, en el medio de un recital. Era la primera vez que escuchaba esa frase, pero entendí. Quería unas “pitadas” de mi cigarrillo electrónico sin tabaco ni alquitrán pero lleno de saborizantes, una sustancia que aún no se sabe bien qué efectos tendrá en nuestros pulmones.
¿Me hará mal consumir tanta tecnología?, me pregunto cada vez que aprieto el botón para que se encienda la luz azul y aspiro con fuerza ese vapor que funciona gracias a una batería que cargo a la noche con un USB para al otro día tener pucho para rato.
Soy parte de la última generación que fumó cigarrillos, de los de verdad, dentro del tren. De la que tenía que llamar al teléfono fijo y hablar con la madre o el padre de familia antes de encontrarse con un chico. De la que viajó a un país lejano sin e-mail ni celular. Y ahora soy tecno, pensé hace unos días cuando preparaba la cena y sentía los ojos irritados por haber pasado todo el día frente a la pantalla de una computadora. Lo mismo pensé ayer por la mañana cuando, diez minutos después de escuchar el despertador del celular, leía el diario online en una tablet. Y me lo volví a decir cuando me fui a dormir, luego de mirar un par de capítulos de una serie extranjera en una televisión High Definition que controlo con mi smartphone, mientras chequeo Facebook y whatsapeo con mi novio.
Sé que estos años mis formas de habitar cambiaron. Ahora, cuando manejo, sigo las indicaciones de la voz femenina de Google Maps en la que, aunque a veces se equivoque, confío más que en cualquier ser humano. ¿Cuándo fue la última vez que bajé la ventanilla para preguntarle a un taxista la ubicación de una calle? ¿En qué momento dejé de consultarle al diariero de la estación Retiro qué colectivo tomar para llegar a destino? Desde que soy tecno no hablo más con desconocidos para orientarme en esta gran ciudad. Lo averiguo sola, con las distintas Apps.
Y si compro un libro o entradas para ir al cine o para ir al teatro lo hago desde mi computadora. Y pago mis cuentas con el celular; saco turnos online, veo los resultados de los análisis médicos en mi correo electrónico y hace meses que dejé de ver a mi depiladora, la que antes visitaba una vez por mes, porque ahora me depilo con una maquina láser que, como el cigarrillo electrónico, aún no sabemos qué consecuencias tendrá en nuestros cuerpos.
No quiero decir que todo tiempo pasado fue mejor. No. Entiendo los beneficios y las posibilidades que la tecnología trae, pero ¿nuestros comportamientos no se están modificando demasiado rápido, casi sin darnos cuenta? Hace unos meses, sentada en un bar con wifi hablé gratis con una amiga que vive en Rusia como si estuviésemos a un kilómetro de distancia y me pareció normal. La escuché con la misma nitidez que a mi vecina, cuando me llamó cinco minutos después. “El tiempo pasa, nos vamos poniendo Tecnos (…)”, cantó Luca Prodan en 1986, una canción que últimamente no puedo dejar de tararear.