Los jóvenes, un problema
Amanece en Mar del Plata y en una de las playas más conocidas todavía sigue una fiesta clandestina. No tan clandestina, en realidad. Hay miles de jóvenes que estiran la noche que ya es madrugada sin ocultarse. Molesta el sol a esa hora.
Casi todos descalzos, algunos tambaleantes, otros eufóricos, con amigos flamantes y parejas de último minuto, todos simulan la ausencia de una pandemia. Ninguno se quiere ir.
Todo acaba de cambiar. Ya no hay boliches y la hora de cierre coincide con la hora de los preparativos para salir. Apenas está empezando la noche para ellos cuando se debe anular toda actividad por la nueva normativa. Duró poco el anuncio de que la temporada de verano marcaba el final del largo encierro. Ahora la culpa la tienen específicamente los jóvenes, convertidos en peligros ambulantes despreocupados de los daños que pueden provocar a sus mayores. Cambió el discurso para ellos. Son el problema.
Unos metros más arriba, sobre la avenida Peralta Ramos, desciende de varios colectivos un batallón de la policía bonaerense. Tienen armas de fuego. Es por lo menos contradictorio usar herramientas mortales para evitar contagios infecciosos. Todo es extraño, aunque parezca normal.