Los Kirchner y los otros
El kirchnerismo tiene dos grandes ramas. Una, la familia Kirchner; otra, los demás. Los Kirchner, está claro, no pueden ser más ni menos que eso. Lo que incluye ciertas ventajas menores, como la opción para aprovechar la gran liquidación de lotes en El Calafate o el uso, por la nena, del avión presidencial para participar, con mamá y una amiguita, de un viaje a lugares exóticos del planeta. Pero también algunos defectitos, como el temor cerval por la prensa, la desconfianza planetaria, la improvisación constante, el macaneo ostensible, la impuntualidad militante y la búsqueda siempre exitosa de enemigos a los cuales atribuirles todos los males.
Pero así como los Kirchner siguen adelante con su karma, ya que no les cabe otra, hoy el kirchnerista por opción suele vérselas en figurillas, no sólo porque el hombre abusa de su mirada no convencional, lo que hace difícil saber para qué lado va a doblar, sino porque la señora tampoco parece que tuviera ideas más claras que las que acaban de susurrarle al oído. Todo esto determina que no haya un oficialismo unívoco, sino, al menos, tres.
En primer lugar, el de los incondicionales, el de los amigotes santacruceños, el que nada en la abundancia y sueña con un kirchnerismo de mil años. Que la pasa bomba aunque mire siempre por los ojos de Néstor, lo que no es fácil, y ejerce sin disimulos el "sí Cristina", lo que también exige cierta destreza, porque nunca se sabe con qué va a salir.
Hay un segundo kirchnerismo, al que también le va bien, pero no tanto. Es el de los convencidos, pero menos. Igual, cierra los ojos cuando hay que cerrarlos y levanta la mano cuando hay que levantarla, lo que tiene que ver con su frágil condición laboral, con que la pasó muy mal en los 70 o con otros hechos puntuales. Como que a la oposición aún le falta para que pueda ser gobierno, que aún no terminó de pagar la casita en el country o que se pierde por una señorita pechugona que sólo circula por los boliches de Recoleta. Vale decir que éstos también siguen en el oficialismo, pero sólo porque aún no les ha llegado el tiempo de la rebeldía.
Y hay un tercer grupo al que le va decididamente mal, porque ni siquiera ha podido, como Cleto Cobos, decir una vez "mi voto no es positivo". Este grupo está integrado por los que vienen de otro gallinero, pero, asimismo, por tipos que llegaron a la militancia por la vía celeste del idealismo juvenil, que no necesitan un vaso para escribir la o, que son capaces de opinar y dar la cara, pero cuya rebeldía en ciernes se ve estrujada por el mandato que viene del más allá de no sacar los pies del plato. Por eso, de tanto aguantarse a Moreno y sus morenadas, a Néstor y sus ases truchos, a Cristina, a las valijas voladoras y a Moyano, que juega unas veces de caniche toy y otras de pitbull, estos tipos andan ojerosos, duermen mal, tienen pesadillas, se les cae el pelo, se resfrían a menudo y lo que comen se les queda acá, en la boca del estómago. La pregunta, que también se debe de estar haciendo Néstor, es ¿hasta cuándo?
"¿Vio -dijo un tipo en el Margot- que la Cristina dijo en Argelia que la economía argentina está robusta?" "¿Sí? -respondió algo perplejo el reo de la cortada de San Ignacio-. ¿Y entonces me quiere decir por qué yo ni me enteré, cobro una jubileta y estoy flaquito como alambre de fiam-brera?"