Los particularismos llevan a los totalitarismos
Particularismo es el concepto que mejor describe nuestro tiempo, y todo lo que está mal con nuestro tiempo. Es la imposición de una mirada parcial y mezquina por parte de una minoría legitimada temporariamente por el voto. Con una actitud llevada a la práctica tan simplona como autoritaria, justifican la acción directa como método, argumentando que los amortiguadores institucionales no tienen ningún valor ni razón de ser. Su fin último es la democracia plebiscitaria, hijuela de la representación directa de la Grecia de Pericles, tal vez la única vez que logró expresión completa.
Sus pretensiones, yerros y malos pasos finales abundan en la historia. Las bandas de Clodio en Roma son uno de los primeros antecedentes, que terminó con la República por la creciente inestabilidad a la que llevó la violencia sectaria. El Renacimiento se caracterizó por esos movimientos sísmicos en la vida política, especialmente en las repúblicas libres italianas, al punto que Maquiavelo escribió una biografía sobre Castrucio Castracani, sucesor en prácticas e ideas de Clodio. Nuestra historia no se queda corta: los Peñaloza, Lopez y Rosas son protagonistas del drama de la anarquía del año 20, y el largo período de guerras civiles. Ni hablar de los imberbes más acá en el tiempo, que desataron un conflicto interno que aún nos cuesta saldar.
Sirva este racconto para dejar claro que la historia se repite. Como tragedia o como comedia, el particularismo siempre termina mal. En el caso argentino contemporáneo, esta patología explica gran parte de nuestros problemas. Salvo dos presidencias desde la vuelta de la democracia, en el resto hubo intentonas facciosas, que quisieron imponer desde el gobierno su ímpetu juvenil con tendencias extremistas (la última vez bajo la bandera de un expresidente mediocre).
Claro que hay diferencias y esto es también una lección: sólo sobrevivieron de manera superadora e integrándose al sistema democrático, aquellas facciones que entendieron que la evolución se logra superando los límites que imponen ciertos absurdos ideológicos. Integrando, sumando, a través de lo que hoy es una mala palabra pero que forma la matriz de funcionamiento de un sistema sano: el consenso. El resto degeneró en violencia, primero dentro del gobierno, para luego extenderse a la sociedad.
Otra vez nuestro país está atravesado por el particularismo como forma dominante de la política y del modo de gobernar. Con actitud comprensiva pero equivocada, muchos miran para otro lado con la argucia de que es un movimiento de escala mundial, y por tanto inevitable; otros, con mirada mercantil, dicen conformarse con algunos índices económicos estables, mientras se callan periodistas, se intenta coptar la justicia con malos candidatos, se protegen y liberan mercados con el mismo ímpetu y arbitrariedad. A todos ellos: está mal, por donde se lo mire. Y el mejor y único aporte que se puede hacer, es enarbolar esa bandera tan poco marquetinera pero tan necesaria: estado de derecho e instituciones. Las ventajitas de hoy son el hambre de mañana. No es por la razón o por la fuerza. Es con la razón y con la fuerza del consenso. Porque una democracia no impone sino que explica. Suma y agrega; no aparta y calla cuando la opinión es diferente. Aprendamos: los particularismos llevan a los totalitarismos. Fin.