LA ENTREVISTA/ Abel Albino. "Los pobres son los chicos desnutridos"
El médico mendocino, que dejó una carrera académica en el exterior para dedicarse al tratamiento de los débiles mentales en la Argentina, dice que el daño que provoca la alimentación deficiente es irreversible.
HACE seis años, una entrevista a la Madre Teresa de Calcuta que leyó en un diario viejo, tirado en la calle, le cambió la vida al pediatra Abel Albino. En aquel momento se encontraba en la Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra, España, estudiando biología molecular con aparatos ultramodernos. Hoy enfrenta uno de los males más extendidos de la Argentina: la desnutrición infantil, y los recursos no le sobran.
Desde 1993 es presidente en la Argentina de la fundación Conin (Cooperadora para la Nutrición Infantil), que posee más de 20 centros en Chile y que, en nuestro país, tiene su base de operaciones en Mendoza, donde ya atendió a centenares de lactantes.
Con la colaboración de voluntarios (gente común y corriente, pediatras, trabajadores sociales, enfermeras, nutricionistas, psicopedagogos y otros especialistas que comparten su misma inquietud), el doctor Albino se propuso una doble y ardua tarea: revertir no sólo el cuadro de desnutrición de cada chico, sino también las condiciones socioeconómicas que, en las familias, llevan a una alimentación deficiente.
Para él, de nada sirve darle de comer a un bebe desnutrido si después se lo devuelve a un ambiente inadecuado.
Dos centros de prevención -en los departamentos de Las Heras y Rivadavia-, ambos en un radio no mayor de 50 kilómetros de la capital mendocina, son los puestos de avanzada de este médico de 52 años en un paisaje desolador. Pronto se sumará un hospital dedicado exclusivamente a la recuperación de la desnutrición ("el primero del país", subraya), construido en Las Heras también, aunque todavía por inaugurar debido a la escasez de fondos.
"En América latina existe un 40 por ciento de familias en pobreza crítica y un 20 por ciento en pobreza absoluta, que es la que no le permite al individuo ganar todos los días lo que necesita para comer -explica Abel Albino con inconfundible acento provinciano, sin perder su natural optimismo-; esto compromete a 60 millones de niños, 4 millones de los cuales están en la Argentina y 65.000, aproximadamente, en Mendoza".
Hace un silencio, piensa con los ojos entrecerrados y vuelve a la carga con una evidencia aún más cruda, relacionada esta vez con su experiencia concreta de médico: "El cerebro es el órgano que más rápidamente crece. Pesa 350 gramos al nacer y llega a 900 gramos a los 14 meses, que es el 80 por ciento de la masa cerebral de un adulto. Si en ese tiempo el chico no recibe suficientes proteínas, el cerebro involuciona y el espacio que deja es ocupado por líquido cefalorraquídeo. Ese chico, lamentablemente, será un débil mental. Y el daño es irreversible".
Este es el tema que obsesiona actualmente al doctor Albino, y no ya la biología molecular, ese mundo lejano que en 1992 lo llevó a la no menos lejana España. Tan sólo un mes después de arribar a Pamplona decidió canjear un futuro promisorio, con todos los medios al alcance de su mano, por otro incierto en una Argentina empobrecida. El asegura que salió ganando con el cambio.
-¿Así que un diario viejo le hizo torcer el rumbo?
-Sí. Cuando llegué a Europa me encontré con esos países tan pequeñitos y tan poderosos, y no podía dejar de pensar en el nuestro, que es tan grande y está tan empobrecido. No estaba en paz. Hasta que un día encontré en la calle un diario con una entrevista a la Madre Teresa, en la que ella hablaba de la paz. Me pareció oportuno y necesario, a mí, que justamente no estaba en paz, leer lo que decía esta mujer maravillosa. Y era lo siguiente: "El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz". Así que me dije: tenés que servir.
-¿Entonces?
-Bueno, sabía que debía servir, pero no me imaginaba a quién ni cómo. Después lo escuché al Papa pidiendo que se ocuparan de los más pobres. Y quiénes son los pobres para mí, que no soy economista sino médico: los chicos con problemas neurológicos, los débiles mentales. Es triste, pero el único daño cerebral que se puede prevenir, el único creado por el hombre, es la debilidad mental causada por una alimentación deficiente. Por eso me dediqué a la desnutrición infantil.
-¿Cómo fue su inesperada vuelta a Mendoza?
-Dejé el puesto que tenía en el sanatorio Fleming, que depende del Ministerio de Bienestar Social, y puse todas mis energías en la creación de Conin-Argentina.
-Tomó un modelo que ya existía cruzando los Andes.
-Así es. El doctor Fernando Mönckeberg, el impulsor de todo esto, creó 33 centros Conin en Chile, aunque ya cerraron algunos. Son todos hospitales; nosotros agregamos la variante de los centros de prevención para combatir la pobreza. La experiencia de este gran hombre, a quien conocí cuando estudié en Chile, allá por los setenta, nos enseñó mucho acerca del tratamiento de los desnutridos. El llegó a atender a más de 65.000 chicos y consiguió que prácticamente ninguno tuviera que ser tratado nuevamente por el mismo cuadro, mientras que en los hospitales generales suele haber tres o cuatro reingresos anuales. Además, en sus centros logró reducir el índice de mortalidad por desnutrición al 2 por ciento, mientras que en otros ámbitos alcanza el 28 por ciento. El secreto es un tratamiento intensivo de un mes y medio, más el cariño que se les puede dar al bebe y a la madre, a quien entre tanto se la orienta para que trate de mejorar las condiciones de vida de su hijo.
-¿Cómo es el débil mental, aquel que ha crecido mal alimentado?
-Es el que comúnmente llamamos tonto; aquel que no logra entender ni desempeñar con corrección tareas simples. A veces lo criticamos porque no hace las cosas como queremos. Pero es que nosotros comimos proteínas y él no.
El débil mental rinde menos en la escuela, y ni hablar de que vaya a la universidad y consiga un trabajo bien rentado. Por eso, la forma más eficaz de combatir este problema es atacarlo en su origen: hay que fortalecer y educar a la familia. Y esto es casi más importante que alimentar bien al bebe. Cuando comenzamos a trabajar en el departamento de Las Heras, el 69 por ciento de las madres de los chicos mal nutridos nunca había ido a la escuela. Esto es más que preocupante si se considera que un niño cuya mamá es analfabeta tiene un riesgo tres veces mayor de morir que si es hijo de una mujer con educación básica. Entonces, ¿qué hay que hacer? Junto con darle leche a ese chico hay que combatir el analfabetismo.
-¿Esta es, concretamente, la tarea que realizan los centros de prevención?
-Sí. Allí se abordan los problemas sociales que dan origen a la extrema pobreza. Desarrollamos varios programas: lectoescritura para padres; lactancia materna; educación nutricional y para la salud; legalización y documentación de la familia; escuela de artes y oficios; alcoholismo; estimulación temprana; ropero familiar (porque los niños venían harapientos, con ojotas hechas de cubierta de auto atada con alambre); jardín maternal e infantil, y actividades agrarias. En cada centro hay entre 180 y 300 voluntarios, toda gente profundamente interesada en la patología social. El voluntario se acerca a la madre, colabora con ella y la instruye. Se hace amigo de la familia, y juntos buscan una solución para esa criatura que, además de estar mal alimentada, necesita afecto.
-¿Cuál ha sido, hasta el momento, el resultado?
-Desde que comenzamos a trabajar hemos atendido a 200 chicos y a sus familias, y se puede decir que la experiencia ha sido muy buena. Recientemente le encargamos una auditoría externa al Departamento de Investigaciones Económico-Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo, que estuvo a cargo del licenciado Pablo Lledó, y la investigación demostró que los lactantes atendidos por Conin, en comparación con los chicos no tratados por la fundación, lograron mayor peso, talla y coeficiente intelectual, y menor índice de repetición y deserción escolar.
-Empezaron hace poco tiempo y sin recursos...
-Realmente empezamos de cero. Para conseguir fondos tuve que dar más o menos 200 charlas en todo el país para convencer a la gente de la necesidad de combatir la desnutrición infantil. Todo lo logramos conversando. Así fue, por ejemplo, en el caso del único hospital que poseemos. El intendente del departamento de Las Heras, el ingeniero Guillermo Amstutz, me escuchó hablar y se conmovió, y de inmediato nos donó un terreno y los materiales para la construcción. La empresa CMS Energy, de tan lejos como los Estados Unidos, nos proporcionó el techo. Y muchísimos otros funcionarios y compañías, además de familias interesadas en la obra y personas que integran nuestra Asociación de Amigos, nos ayudaron a terminar y equipar el edificio, que lleva el nombre de Madre Teresa de Calcuta y tiene 50 cunitas. Pero todavía no contamos con los recursos para ponerlo en funcionamiento.
-Usted también ayudó a crear Conin en Paraguay.
-Sí, y sucedió de una forma curiosa. Unos jóvenes paraguayos que habían visitado Tucumán se enteraron de mi trabajo y al regresar a su país se lo contaron a un cura, el padre Eduardo Algorta, uruguayo él, pero que trabajaba en Paraguay. Dio la casualidad de que éste me conocía y yo a él: éramos amigos. De modo que Eduardo entusiasmó a un grupo denominado Mojovi (Movimiento de Jóvenes por la Vida) para fundar Conin en Paraguay. Me invitaron allá y en 1995 logramos que Conin germinara en suelo guaraní. Y van muy bien: ya tienen un centro de prevención y están terminando el primer hospital para desnutridos.
-Dijo que todo el dinero para su obra lo obtuvo conversando con la gente.
-Sí, pero también conseguimos mucha ayuda haciendo convenios con diversas instituciones. Entre otros, con la escuela Pablo Nogués, de la ciudad de Mendoza, que enseña albañilería y soldadura; con la Universidad Católica Argentina, que apoya nuestro programa de estimulación temprana; con la Universidad Nacional de Cuyo, que nos provee trabajadores sociales; con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que colabora en el programa de educación agraria, y con la Universidad Juan Agustín Masa, que aporta estudiantes de nutrición.
-¿Qué piensa del desprestigio de concursos como el del programa "Hola, Susana"?
-Creo que el peor enemigo de la solidaridad es la desconfianza. En cambio, si uno genera confianza, la gente es muy solidaria y generosa. Escándalos como el de Susana Giménez son, para mí, un desastre, porque siempre hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
-¿Luego de poner en marcha el hospital para desnutridos planea crear más centros de prevención?
-Sí, lo tenemos previsto. En realidad, debería haber muchos centros de prevención y pocos centros de tratamiento. Porque además de curarlo, al pobre hay que ayudarlo a salir de su estado. El pobre -esto es algo que aprendimos después de trabajar tanto tiempo con indigentes- no es ni sucio ni vago. Es una persona que carga con una profunda tristeza. Es pobre en entusiasmo, en ideas, en amigos, en historia, en introspección, en proyección, y encima no tiene un centavo.
-¿Cree que el florecimiento de iniciativas como la suya hablan de las dificultades operativas del hospital tradicional para acercarse a la gente y actuar sobre los problemas sociales que deterioran la salud?
-Estamos encerrados, a veces, los médicos. Deberíamos salir más, ir a buscar la enfermedad y atacarla en sus orígenes. Sería lo ideal. Pero a veces no nos forman para eso. Nos preparan para atender en el hospital, y mientras más complicado sea lo que hacemos allí, tanto mejor. Creo que tenemos que volver a las trincheras en la comunidad y, a través de la prevención y el diagnóstico precoz, evitar que ingresen tantos enfermos en las salas.
Piecitos
LA literatura poética también ocupa un lugar inspirador en la vida de Albino. En ese terreno, el médico mendocino no duda en señalar un poema de Gabriela Mistral. "Sí. Es el que dice: Piececitos de niño/azulosos de frío/cómo os ven y no os cubren, Dios mío/Piececitos de niño/dos joyitas sufrientes/cómo pasan sin veros las gentes".
Perfil
- El doctor Abel Albino nació en Morón, provincia de Buenos Aires, el 28 de noviembre de 1946, en el seno de una familia mendocina. Es casado y tiene cinco hijas. Actualmente vive en la ciudad de Mendoza.
- Se graduó de médico en la Universidad de Tucumán (1972), de pediatra en la de Chile (1974) y de doctor en medicina en la Nacional de Cuyo (1987). En 1992 obtuvo una beca para trabajar en la Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra, España.
- El 4 de septiembre de 1993, tras su abrupto regreso de Europa, estableció en Mendoza la Cooperadora de Nutrición Infantil (Conin), una entidad con sólida experiencia en Chile, donde se trataron más de 65.000 lactantes con deficiencias alimentarias.
- Publicó dos libros sobre medicina y pediatría, y tiene otros dos en preparación. Es miembro de la Asociación Médica Argentina y de la Sociedad Argentina de Pediatría, entre otras instituciones.
- Recibió varias distinciones por su labor; la más importante fue el reconocimiento como "emprendedor social" -y el consiguiente subsidio económico- que en 1994 le otorgó Ashoka, una organización internacional que apoya tareas solidarias en todo el mundo.
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