Entre 2003 y 2009, cuando gobernaban Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández de Kirchner, las provincias aliadas al kirchnerismo recibieron más fondos federales que las provincias opositoras. Muchos más: 120% más.
En su esencia el federalismo tiene esas cosas, pero en la Argentina se acentúan. La comparación con otras naciones federales deja clara la escala de la discrecionalidad local. Por ejemplo, en Brasil, la brecha de fondos en favor de los estados oficialistas era de un 20,4%; en Colombia, de un 17%; y en Estados Unidos, tan vapuleado hoy como ejemplo de las debilidades estructurales que se esconden bajo la alfombra de la democracia, una discrecionalidad módica de 4 o 5% en beneficio de los gobernadores aliados con el oficialismo de turno.
Durante el kirchnerismo, además, esa discrecionalidad se ejerció sobre una masa de fondos cada vez más grande en un ítem polémico para la gestión kirchnerista: la obra pública. En esos años, los fondos federales discrecionales destinados a esta área aumentaron en un 429% en términos reales, controlado el efecto de la inflación. En 2006, representaron el 8% del presupuesto nacional. La Formosa de Gildo Insfrán y el Chaco de Jorge Capitanich fueron las provincias más beneficiadas del Norte argentino con esos fondos.
La semana pasada, el presidente Alberto Fernández retomó una gira política por las provincias argentinas. Primero había estado en Tucumán y Santiago del Estero, luego fue a Formosa y el jueves llegó a La Pampa. Al mismo tiempo, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y la secretaria de acceso a la Salud de la Nación, Carla Vizzotti, viajaron hasta Resistencia, en Chaco. Fue una visita con la dosis justa de salud y política, el nuevo dueto que llegó para reemplazar a la dicotomía economía versus salud.
Cada visita y cada discurso dan indicios de la visión de país de Alberto Fernández: obra pública, gobernadores de provincias afines, superpoderes y Estado corporativo versus república liberal. Esos son algunos de los elementos de la caja de herramientas con las que el mandatario imagina el futuro de la Argentina. El problema es que, en varios sentidos, pueda resultar un caja de Pandora.
La obra pública
Primero, por el peso que la obra pública vuelve a adquirir en su visión de país. Tal es así que, en cada visita, el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, tiene un lugar central. En esta misma línea, en Formosa, el Presidente destacó la inauguración del Hospital Evita: con la pandemia, la infraestructura de salud está en el centro de la escena.
La inversión en obra pública tiene un rol clave en la política argentina, más allá de ser históricamente una oportunidad única para la corrupción. Claro está que la patria contratista no nació con el kirchnerismo.
Por un lado, el otorgamiento de fondos para obra pública a las provincias es un instrumento para regular a los opositores y consolidar alianzas políticas en el Congreso. Esto acentúa, además, el poder de las mayorías que ya tiene el Gobierno en el Congreso. Por otro lado, la inversión en infraestructura puede resultar una herramienta poderosa de corrección de injusticias sociales entre provincias. Eso en el mejor de los casos, que no siempre se da.
El problema es cuando esa discrecionalidad puede convertirse en arbitrariedad partidaria. Ni hablar de cuando resulta una oportunidad para el delito, la eternización en el poder de dinastías provinciales o cuando no se comprueban sus efectos reparadores a pesar del creciente gasto.
En Formosa, el Presidente rememoró la reparación histórica encarada por Néstor Kirchner en 2003 en favor de esa provincia y prometió seguir por ese camino. Así, al recordar a Néstor, dijo: "Su mayor obsesión era terminar con la injusticia en el Norte". Sin embargo, la provincia que más fondos para obra pública recibió durante el kirchnerismo fue Santa Cruz, territorio de los Kirchner.
Sin embargo, ese sistema de redistribución de ingresos en búsqueda de equidad no terminó resultando. Aunque la pobreza acuciante de 2002, que superó el 50%, llegó al 26% en 2006-después de tres años del primer kirchnerismo-, terminada la gestión de Cristina Fernández estaba instalada en un 30%. Y la inequidad interprovincial siguió siendo un problema grave. Después de doce años de una inversión de fondos aplicadas a la reparación de la desigualdad, la Argentina naturalizó que un tercio de sus ciudadanos fuera pobre y algunos, más pobres que otros.
El trabajo de los investigadores Lucas González y Romina Del Trédici titulado "¿A qué provincias favorece el gobierno de Mauricio Macri?" toma lo que sucedió entre los años 2016 y 2018 y permite hacer una interesante comparación. Como durante el kirchnerismo, en la presidencia de Macri, se dio la discrecionalidad propia del manejo de los fondos federales para la obra pública pero ahora en beneficio de las provincias gobernadas principalmente por el Pro. Esto se dio menos para las provincias radicales y muchos menos para las provincias del Norte, en manos de la oposición. ¿De ahí las alusiones de Alberto Fernández a Formosa como una provincia olvidada en los últimos cuatro años?
Lo más significativo es que la gestión presidencial de Cambiemos apeló menos a la obra pública como herramienta de corrección de desigualdades. En 2018, en la gestión de Macri, los fondos discrecionales destinados a obra pública en las provincias se redujeron 4,3 veces respecto de 2015, el último año de la presidencia de Cristina. Además, a lo largo de la presidencia de Cambiemos, los fondos para obra pública en las provincias se redujeron a un tercio de lo distribuido en la gestión de Fernández de Kirchner.
Los superpoderes
En segundo lugar, otra herramienta que volvió con la presidencia de Alberto Fernández fue la de los superpoderes, atributo que adquirió el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y que el Presidente reivindicó en la conferencia de prensa del jueves.
De su paso histórico por la gestión kirchnerista como jefe de Gabinete, primero de Néstor Kirchner y luego de Cristina Fernández, hay dos momentos críticos que se le suelen señalar al ahora presidente. Uno es su responsabilidad en la intervención del Indec.
El otro tiene que ver con su respaldo a la institucionalización de los superpoderes que, en aquel momento, recayeron precisamente en sus manos. Esa es una herramienta que sigue defendiendo y constituye una pieza importante de su política pública.
La Argentina pospandemia
Tercero, está cada vez más claro el tipo de consensos que Fernández imagina en la Argentina que viene. Los gobernadores por un lado y, por el otro, un consenso hecho de un pacto corporativo. En la conferencia de prensa de extensión de la cuarentena nombró a trabajadores, empresarios y al Estado. También mencionó a los sindicalistas. Sin embargo, no hizo ni una mención a la oposición y a los partidos políticos, es decir no hubo ni una mención a aquella ciudadanía que no vota al peronismo y cuyos intereses no están necesariamente representados por las corporaciones privilegiadas en las palabras presidenciales.
Fernández avizora un día después del coronavirus. Dijo en ese sentido: "Todos somos conscientes de que la pandemia nos da una gran oportunidad de transformación. Lo único que no nos podríamos perdonar como generación que gobierna es que ante semejante oportunidad dejemos que las cosas sigan igual y que la injusticia se sostenga".
El virus como ordenador de la narrativa de futuro, el mundo antes y después del coronavirus, necesita de una revisión del pasado. El problema de la Argentina es un problema del peronismo. No se trata de adscribir a la idea "gorila" de que el peronismo es el problema de la Argentina. Me refiero a que desde el regreso a la democracia, es el partido del poder.
Lleva en la presidencia de Argentina cerca de 25 años. Gobernó la provincia de Buenos Aires, la de mayor peso político y económico del país, durante 28 años y ahora suma un nuevo mandato. Viene gobernando provincias que no logran romper el ciclo de la pobreza extrema y el clientelismo político desde hace décadas. En las intendencias del conurbano más golpeadas por la pobreza, también se reproduce su poder desde hace décadas.
La idea de una pesada herencia recibida que condiciona al actual gobierno suena poco consistente a esta altura. Cualquier refundación argentina debería partir de un sinceramiento de las imposibilidades propias que enfrenta el peronismo para cumplir las promesas de justicia social con las que insiste.
Por supuesto que no todo es responsabilidad, o culpa, del peronismo. El problema argentino también es un problema de la oposición, de sus fracasos, de su triste aporte al crecimiento de la pobreza y de las oportunidades perdidas en la alternancia en el poder.
La refundación estructural con la que sueña el presidente Fernández en la pospandemia tiene un riesgo: el regreso de un modo de concebir a la Argentina y al poder y de una batería de herramientas políticas agotada que acentuó los problemas de institucionalidad, que arrinconó el juego de las mayorías y minorías, instaló la sospecha de oscuridad en el manejo de los fondos públicos, consolidó la pobreza y estancó el crecimiento.
El riesgo es en definitiva que la refundación peronista pospandemia se convierta en una restauración kirchnerista. Que este no sea el gobierno de una moderación albertista pluralista sino, como señalan algunos de sus críticos, la consolidación de la cuarta República Kirchnerista, ahora, recargada.
LN+, ahora también en Cablevisión (19 analógico y digital, 618 HD y Flow), Telered, DirecTV, TDA, Telecentro Digital, Antina y Supercanal