Lujos ocultos en un hospital público
El valor del esfuerzo y el legado de Bernardo Houssay sobreviven en San Martín de los Andes, en medio de la amenaza de la segunda ola de coronavirus y las protestas del personal de salud
“Un lujo”, dijo mientras miraba las galletitas sin sal, la modesta porción de mermelada y el té tibio servido en vaso de telgopor sobre la mesa de plástico. En parte en broma, pero también en serio. Décadas de lecturas sobre budismo y una vida esforzada, que varias veces la obligó a “ajustarse el cinturón”, la habían preparado para este momento. Un lujo, en su caso, era vivir un día más. Sentada en la cama del hospital público, mamá se tomó unos minutos para disfrutar del sol de la mañana, el aire fresco que entraba por la ventana abierta y los colores que comenzaban a teñir los árboles de la montaña.
Pareció olvidarse por un momento de las protestas del personal de salud, reunidos en asamblea justo abajo sobre la calle; cortada, al igual que varias rutas de Neuquén, lo que provocó durante semanas filas kilométricas para cargar nafta. De la segunda ola de Covid, que amenazaba con saturar el sistema. De la agonía de su compañera de cuarto, extenuada por el dolor de años de lucha contra el cáncer. Incluso de su propia enfermedad, que aprovechó el encierro forzado para avanzar implacable hasta un punto de no retorno.
Sobre las migas y el té, ya frío, le mencioné a Yoko Ono. Nacida en 1933 en Japón, la artista fue evacuada de su hogar cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. La llevaron con su hermano a refugiarse en una casa de campo; como no tenían comida, ella le propuso imaginar “un gran menú”. “Empezó a alegrarse y pensé: ‘Dios mío, esto es genial’. La imaginación me ayudó mucho”, recuerda el gran amor de John Lennon en un documental disponible en Netflix, que repasa la creación del álbum Imagine.
Así que eso hicimos. Convertimos nuestro humilde desayuno en un abundante brunch de Le Pain Quotidien, seguido por un café en alguna vereda de Saint-Germain-des-Prés. “Qué lindo está el Sena hoy”, me dijo como si estuviéramos paseando por París, mientras se apoyaba en mi brazo para avanzar muy despacio hacia el baño. Cuando ya no pudo ni siquiera eso, improvisamos un spa: música suave, toallas, perfume y crema bastaron para transportarla, recostada y con los ojos cerrados, a un espacio más alegre que esa pequeña habitación llena de jeringas, sueros y aparatos.
Por suerte los médicos y enfermeros del gran equipo de paliativos ya no entraban protegidos de pies a cabeza como los primeros días de internación, después de que le hicieran un test por protocolo y quedáramos aisladas todo un fin de semana. Para pedir ayuda, había que golpear la puerta desde adentro y rogar que alguien escuchara. Sin televisión ni WiFi, leímos y hablamos sobre filosofía. “Uno no se puede bañar dos veces en el mismo río”, dijo mamá citando a Heráclito y su teoría del devenir: como los budistas, el pensador griego afirmaba que lo único permanente es el cambio.
“¡Charlamos bastante!”, me dirá también Agustín Houssay. Jefe de cirujanos del Hospital Regional Ramón Carrillo y sobrino bisnieto de Bernardo, el Premio Nobel de Medicina, habló mucho con ella durante sus intervenciones. Mientras él mismo cambiaba las sábanas por falta de enfermeros, le contó su historia: egresado de la UBA, de 44 años, trabajó ad honorem seis meses tras llegar con su familia a San Martín de los Andes. “Siento que acá en el pueblo –confesó- pude aportar un granito de arena”.
Ella también aportó lo suyo. “Fundó su familia y tuvo a sus hijos en la Argentina de los ’70. Arquitecta, docente, empresaria en un país que no hace falta contar qué le depara al que se atreve”, escribió Pablo, uno de mis hermanos, el día que la despedimos tras varios de habernos turnado los tres para cuidarla. “Vio al hombre llegar a la luna, volcanes eruptar y ahora, una pandemia mundial –agregó-. Aprendió a chatear. Construyó. Enseñó. Cuidó. Nunca le corrió el cuerpo a ningún desafío. Aún en la agonía fue estoica y discreta. Cosechó un puñado de amigos que están hechos del material más preciado del universo, porque decir que son de fierro sería menospreciarlos”. Un lujo.