Macri, ante una crisis de fe
El gradualismo macrista es una religión laica, un ejercicio mayormente racional, que no despierta euforia, pero que requiere una buena dosis de fe para sostenerse.
Por eso al discurso de Mauricio Macri y su equipo –conciso, austero en emociones– nunca le faltan alusiones a un paraíso posible: la Argentina desarrollada que espera al cabo de veinte años de transformaciones leves y que empezará a vislumbrarse –siempre– en el semestre que viene.
Detrás de escena, la operación se hace más y más compleja con el paso de los días. El Gobierno tiene demasiados platillos en el aire mientras avanza por un desfiladero estrecho. Toma deuda en grandes proporciones para financiar el déficit y ahorrarse el costo político de un ajuste con amargas consecuencias sociales. Pero para que el plan sea viable está obligado a achicar el rojo con un recorte de la gigantesca masa de subsidios heredados a la energía y el transporte. La suba de tarifas empuja hacia arriba la inflación, el principal indicador macroeconómico que Macri prometió domar.
El punto frágil del método quedó al desnudo estos días difíciles de otoño. La opinión pública castiga al Gobierno, preocupada por los aumentos que se vienen en las boletas y en un pico de escepticismo sobre las opciones de éxito del programa oficial. La caída sostenida en las encuestas de imagen y confianza en la gestión empujan al macrismo a una crisis de fe. Promete atenuar el impacto de las subas de tarifas, se lanza a tientas a una cruzada para bajar impuestos, saca la artillería de reservas como nunca antes para anclar el dólar.
Los actores financieros perciben señales contradictorias (¿realmente está el Gobierno determinado a bajar el déficit?, se preguntan). El revuelo en los mercados prende alarmas: conseguir crédito externo a tasas razonables es la principal viga en que se apoya el modelo (y explica el papel heroico que Macri le asigna al ministro Luis Caputo pese a los cuestionamientos que recibe por los vínculos entre su función actual y los negocios de su vida anterior).
La demora de los resultados económicos, la caída de las expectativas sociales y los temores por el frente externo trastocan el frente político. A la tensión resuelta a medias de Macri con sus aliados, se suma el mensaje desconcertante del anticipo de renuncia de Emilio Monzó a la presidencia de la Cámara de Diputados, un dato de enorme repercusión entre empresarios, inversores y líderes de opinión.
El dilema del Presidente consiste en alinear cifras: que la aprobación de su gestión vuelva a crecer y se mantenga sobre el 40% –el umbral de una reelección–, que el índice de inflación empiece a ceder, que la tasa de interés de la deuda no se dispare.
Es como un cubo de Rubik. Acomodar una pieza exige descalabrar las otras. Lo dramático del momento actual es que todos los cuadraditos parecen fuera de lugar.
Queda tiempo para arreglar el juguete, pero hoy la única variable encaminada del plan Macri 2019 es la desunión peronista y la orfandad opositora. ¿Será suficiente? Perder contra nadie sería el colmo del desapasionado rumbo gradualista.