Madurar en tiempos de crisis
Creo que hay un sentimiento que se relaciona con la falta de política y con la sensación de no haber vivido una época más apasionante. Pero también es cierto que de la mano de este desencanto, surge un cuestionamiento”, dice Romina Doval (Buenos Aires, 1973) en una entrevista, respecto a los personajes de su primer libro Signo de los tiempos (2004). Una idea que puede aplicarse a La mala fe, que vuelve a poner en escena a protagonistas de una generación frustrada que entran a la adultez en medio del caos político y económico de 2001.
Victoria y Paulina son amigas desde la escuela primaria. Llegan a sus veinte años sin trabajo, sin completar los estudios, sin pareja y sin saber qué hacer con su existencia. Viven juntas y buscan la forma de mantenerse independientes de sus padres, a pesar de la crisis. Hurtan alimentos del supermercado, engañan a hombres en bares para robarles y una de ellas llega a incursionar en la prostitución para poder juntar unos pesos. Conocen a personajes decadentes, como un viejo dealer al que llaman Pelucho y su sobrino Soren, que seduce a Paulina hasta obnubilar su juicio.
Intercalado con el relato del presente, la autora construye otras historias entre la infancia de las chicas y el año 2001. Esta sección se divide en tres partes que retratan distintos años: 1985, la primaria; 1991, la secundaria y 1997, cuando empiezan la facultad. Victoria, la voz narradora, escribe a modo de catarsis las travesuras con su amiga. Su relato retrata el crecimiento de dos chicas católicas de barrio que juntan sus fuerzas para rebelarse ante la rectitud y solemnidad de las monjas. Las jóvenes presentan rasgos bien diferenciados: la primera es rebelde, cada vez más atea; es la autora de las complejas travesuras que la llevan a ser expulsada del colegio. La segunda, más recatada, al menos durante los primeros años, mantiene su fe en la Virgen y las costumbres tradicionales: quiere encontrar un novio, casarse y tener hijos.
Estas subtramas confluyen en la cuarta parte del libro, que transcurre en 2007. Un epílogo que narra el devenir de cada una de las protagonistas seis años después, y funciona como base de la reflexión metaliteraria que recorre toda la novela. La pregunta por la relación entre realidad y literatura, que ya había aparecido en Desencanto (2009), reaparece con más sutileza. “Victoria miraba toda esa triste realidad de la misma manera en que leía una novela. La realidad, solía decir, se nos está desordenando y es como si estuviéramos viviendo un cuento fantástico”, afirma, mientras las protagonistas miran los saqueos y la represión en la pantalla televisiva, como si el desencanto de esa generación sólo pudiese revertirse gracias a la literatura.
LA MALA FE
Por Romina Doval
Bajo la Luna
280 páginas
$ 270