Madurez democrática y civilidad política
La Argentina dio este año una muestra de madurez democrática y civilidad política al concretar la entrega del poder a un nuevo gobierno, de signo distinto, sin que las inquietudes sociales y económicas afectaran ese momento culminante y representativo de la vigencia real del sistema democrático en la Nación.
Fue un cambio cultural que dejó el gobierno de Mauricio Macri al terminar su mandato en tiempo y forma, al facilitar la entrega de los atributos presidenciales en el momento y lugar elegidos por los nuevos gobernantes, y al desapegarse del poder con naturalidad, tal como ocurre en los países más desarrollados del planeta.
El traspaso de mando, luego de una larga transición, estuvo amenazada por un contexto latinoamericano extremadamente complejo, de enorme y sorprendente convulsión política, que dejó muertos por doquier en los países hermanos.
Por citar unos ejemplos, Chile acumuló 18 fallecidos hasta octubre de este año, 102 civiles heridos, 95 miembros de las fuerzas de seguridad lesionadas, mientras los arrestados llegaron a 2205 durante 54 movilizaciones que reunieron cada vez entre 200.000 y 300.000 personas. En Bolivia, la salida de Evo Morales del país dejó 35 muertos. En Ecuador las movilizaciones indígenas de mediados de año dejaron un saldo de 8 muertos y 1507 heridos entre los cuales figuran 435 miembros policiales. En Honduras la insurrección dejó 3 muertos. Todo ello sin contar con que el régimen de Venezuela ya mató a 330.000 personas en 20 años, y 651 en Nicaragua solo entre el 19 de abril del 2018 y el 30 de septiembre de 2019. En el país del dictador Daniel Ortega, además, 4.922 personas resultaron heridas, 516 fueron secuestrados y hay 853 nicaragüenses desaparecidos.
Esa es la cara más virulenta de este fenómeno que fue escalando durante todo el año en Latinoamérica. Pero no cesa y el desequilibrio entre el poder y el pueblo se mantiene como si nadie encontrase la fórmula para calmar los ánimos y satisfacer las demandas.
Los factores que respaldaron esos levantamientos son varios y diversos: a) oposición a la perpetuidad en el poder; b) aumentos en el transporte, los combustibles, la energía y precios en general; c) la precarización laboral; d) la corrupción de la clase política. Ese combo es lo suficientemente potente como para desatar tamaña violencia y favorecer la infiltración de extremistas en las movilizaciones que llevan la expresión destructiva a un límite insostenible.
Pese a la complejidad del momento histórico, el sistema democrático sigue en pie en casi todos los países latinos, en particular en Argentina, donde la cadena de elecciones en 2019, el cambio de gobierno, los efectos de la economía, los reclamos populares, las movilizaciones de distintos bandos, no perturbaron el normal desarrollo de los acontecimientos ni conmovieron el fin de año como en otras oportunidades.
El resultado de las elecciones en Uruguay se dio en un clima similar pese a la derrota del Frente Amplio que estuvo en el poder durante quince años, a diferencia de Bolivia donde el capricho de perpetuidad de Evo Morales provocó el último caos del año y un cimbronazo preocupante en la región.
Ya no se trata de derechas ni de izquierdas, los pueblos eligen el cambio con más rapidez que antes. Agotaron su paciencia y dicen a cada momento qué quieren y qué no, de una u otra forma. Y esto es válido para cualquier ideología, tanto para conservadores, liberales, nacionalistas, progresistas, populistas y socialistas. Algo está pasando en América Latina.