Malditos parlantes
Una de las maneras más simples y eficaces para distenderse y dejar atrás la fatiga que deparan las labores cotidianas y las ciudades complejas en esta época del año es viajar hasta una playa, tenderse sobre ella o caminar por la orilla, y abandonarse a los sonidos naturales de algún curso natural de agua y de las aves que lo sobrevuelan.
Al borde de un arroyo es sumamente sedante dejarse arrullar por el chasquido de su delicado ir y venir. Algo parecido a lo que sucede en los ríos o junto a alguna cascada, tal vez con alguna mínima vehemencia suplementaria.
Pero nada comparado con el concierto de intensidades que nos regala el mar; las olas que rompen impetuosas y el sonido tan particular y sutil de cierta efervescencia que produce el agua cuando se retira jugueteando entre arenas y conchillas.
Pero hay algo -principalmente en la costa argentina- que puede arruinar estas sinfonías naturales. Se trata de la invasión de funestos parlantitos, bafles o radiograbadores puestos a todo lo que da alterando con sus cumbias o hip-hop. Disc jockeys espontáneos y al paso que nadie pidió nos derraman sus horripilantes playlist. ¿Qué karma atroz estaremos pagando para sufrir tal maldición?