Malvinas, del patrioterismo a una estrategia
Desde que el distinguido historiador Luis Alberto Romero publicó en LA NACION un artículo sobre la cuestión de las islas Malvinas, se han sucedido una serie de opiniones, también en el mismo formato aunque de diferente extensión, que se refirieron al conflicto desde puntos de vista diferentes y con propuestas diferentes. Incluso un grupo de prestigiosos intelectuales produjo un documento expresando su opinión al respecto. En este contexto, es preciso señalar que el archipiélago de las islas Malvinas pertenece a la República Argentina. ¿Qué duda cabe? Las islas están asentadas en la plataforma epicontinental del Mar Argentino, fueron heredadas de España y pobladas por bonaerenses hasta que fueron desalojados por los ingleses, previa intervención de un navío de guerra estadounidense.
Sin embargo, el archipiélago está en manos de sus habitantes, protegidos por Gran Bretaña, que lo considera un territorio británico de ultramar, y cuyas autoridades se niegan a tener ningún trato con nuestro país.
La Argentina ha perdido una guerra a través de la cual intentó recuperarlas y eso indudablemente ha traído, y trae, sus consecuencias. De nada vale aducir que la guerra fue provocada por una dictadura militar, dado que fue apoyada por la inmensa mayoría de la población del país y no tiene sustento sostener que la gente reaccionó incitada por los medios.
El embajador Mirré, quien ha escrito al respecto, expuso con claridad antecedentes que restan valor a la insistencia inglesa de apoyar el deseo de los isleños en defensa de sus derechos. Ocurre que el archipiélago tiene una importancia geopolítica y estratégica respecto de futuros posibles reclamos de soberanía sobre la Antártida, que no tienen Hong-Kong ni la isla de Ascensión.
El Reino Unido actúa como país protector del deseo de los isleños, quienes han sancionado su propia Constitución (la primera en 1985 y la última versión en 2009) y que van dando muestras de un deseo de aceptar a Gran Bretaña sólo como tal sin interferir en sus propias decisiones políticas.
Hoy un ciudadano inglés al desembarcar en las islas debe presentar su pasaporte tal como lo haría un argentino.
Así las cosas, con la política que el gobierno argentino sigue actualmente se está insistiendo en los mismos argumentos que la dictadura. Si lo que se quiere demostrar es la diferencia entre un gobierno democrático y una dictadura, hay que cambiar de política y de estrategia.
Hay un aspecto que, por lo menos en lo que he leído y escuchado, se deja completamente de lado, para poner el acento en la coacción y la coerción contra los habitantes de las islas. Ese aspecto dejado de lado es, ni más ni menos, que las islas son, sí, argentinas; en consecuencia, los habitantes de ellas nacidos allí son argentinos, aunque se nieguen a aceptarlo, y como tal debemos tratarlos.
Son argentinos que se niegan a integrarse con su país madre por múltiples motivos, y con los que hay que sentarse a conversar y negociar. Ellos deben ser el verdadero objetivo de nuestras negociaciones, produciendo un giro de 180º en la estrategia que se está aplicando.
Hay que creerles a los ingleses cuando dicen que nada harán contra el deseo de los isleños. Hay que creerles porque ni les interesa ni les conviene.
En este sentido, los progresos que al respecto se lograron con la política de acercamiento en 1970 fueron tirados por la borda en 1982. Por otra parte, es justo reconocer que cada vez que el Foreign Office avanzó con propuestas negociadoras, el lobby de la Island Falklands Company en Londres movió sus influencias en los diarios sensacionalistas ingleses y entonces el Parlamento, no el pueblo británico -cuya mayoría hasta la guerra ni sabía dónde quedaban las islas-, abortaba el intento.
La guerra no sólo fue la consecuencia de los delirios belicistas de algunas mentes argentinas enfebrecidas, sino también de la imposibilidad de acordar a través de una política racional y pacífica.
Ya nos referimos a la importancia que las islas tienen para la estrategia inglesa respecto de la Antártida. Puede sonar antipático o antipatriótico, pero no debemos olvidar que también entran en la disputa las islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur, que también tienen su proyección antártica.
Toda negociación con Gran Bretaña debe resultar con beneficio para ambos. Es decir que, para obtener algo, algo también hay que ceder. Pero antes de llegar a esta instancia debemos negociar primero con nuestros compatriotas isleños, que son argentinos, que pueden mantener su ciudadanía británica y que no están unánimemente contra la integración. Como todos sabemos, la nacionalidad argentina no se pierde ni aun intentando renunciar a ella.
Debemos considerar a los isleños miembros de una provincia secesionada a los que hay que convencer de reintegrarse. Una vez acordados los términos de la reintegración, que puede tener múltiples variantes y acuerdos, entonces, recién entonces, se debe comenzar a negociar con Gran Bretaña.
Hay en juego intereses económicos que los isleños no querrán perder, se trate de los beneficios que les deja la pesca, el turismo o el improbable petróleo; y otros que no lo son, como el idioma.
Hay que tenerlos en cuenta y abandonar toda actitud prepotente. Negociar es convencer y demostrar las conveniencias de una situación respecto de otra. Esto no será fácil ni los resultados serán inmediatos. Debemos pensar a futuro con una mirada estratégica de largo plazo y acercarnos a nuestros compatriotas isleños sin dobleces y comenzar a conversar y negociar con sus autoridades y con los representantes de sus fuerzas vivas. Entonces, cuando se haya logrado avanzar por esa senda podremos vislumbrar un final feliz en el contencioso que tenemos con Gran Bretaña.
La Argentina debe, sobre todo, cambiar su imagen ante el mundo, deteriorada en progresivo aumento desde hace por lo menos 45 años.
Una regla básica para toda negociación es entender a la contraparte y para eso nada mejor que ponerse en su lugar y tratar de pensar como ella. Si no cambiamos nuestra imagen con políticas sensatas y respetuosas de la ley y el orden jurídico, será difícil progresar en nuestro intento.
Quien esto escribe, si estuviera en lugar de los malvinenses, con su alto ingreso per cápita y su apego a la tierra en que viven, no vería ningún estímulo para cambiar de estatus.
© La Nacion
El autor es magíster en estrategia y geopolítica y miembro del Club del Progreso
Guillermo J. M. Gaudio