Manual del Moreno ilustrado
Hay un corresponsal de un gran diario de Estados Unidos que se llevará un recuerdo extraño de Guillermo Moreno. Hace unos años, en un encuentro casual, mientras le tendía la mano, oyó que alguien le susurraba al secretario de Comercio que quien tenía delante era un periodista norteamericano. Y Moreno, que había estirado el brazo para responder al saludo, esquivó el apretón, al estilo de aquel viejo personaje del programa de Tinelli, y le sonrió guiñándole un ojo.
El gesto risueño, casi una disculpa, es entendible: pocos kirchneristas se han mostrado tan atentos al gobierno de Estados Unidos como Moreno. Lo acreditan sus últimas visitas, los 4 de julio, a la embajada, algo infrecuente entre pares. Y es muy posible que Augusto Costa, su próximo reemplazante , un economista formado en la Universidad de Buenos Aires con máster en la London School of Economic (LSE), ex becario de la Chevening Scholarships que entrega la embajada británica y estrecho colaborador de Axel Kicillof, tampoco tenga prejuicios ideológicos hacia la comunidad internacional. Lo demostró antes de llegar al kirchnerismo: fue contratado como DJ, trabajo al que le dedicó años de su vida y que todavía recuerdan sus compañeros de universidad, para la celebración del 4 de julio de 2010 en la residencia del embajador. Jean, buzo gris y auriculares: imposible no reconocerlo en una fiesta pródiga en trajes y corbatas.
Del frágil equilibrio entre las formas, el discurso militante, la gestión y el pragmatismo económico dependerán los próximos meses de una Argentina que necesita arreglar su frente externo, volver a ser atractiva a los capitales y frenar la caída en las reservas del Banco Central. El elenco elegido por la Presidenta parece configurado en ese sentido: Jorge Capitanich es un contador racional que podría tejer la relación con las provincias y el PJ, Juan Carlos Fábrega se convirtió en el funcionario más respetado por los banqueros para conducir la política monetaria y Kicillof seguirá representando esa señal hacia una militancia convencida de que lo que se gesta es una revolución.
Según esta lógica, compartida tanto en la parte más conservadora del Gobierno como en una importante franja del empresariado, el rol del ministro de Economía será decisivo: es el más indicado para acompañar cualquier giro hacia la sensatez económica. Hace más de diez años, durante el gobierno de Fernando de la Rúa, el industrial José Ignacio de Mendiguren le preguntó a Domingo Cavallo el porqué de su vínculo político con "Chacho" Álvarez y quedó sorprendido con la respuesta: de ahora en adelante, se explayó Cavallo, cualquier propuesta argentina sólo será viable si viene desde el progresismo.
Es lógico que este trazado haya ilusionado un par de días al establishment . El alejamiento de Moreno, una de las coincidencias de Capitanich y de Fábrega antes de asumir, supone además la novedad económica más importante de los últimos años. Juan Rosell, líder de la poderosa Confederación Española de Organizaciones Empresariales, acaba de endulzar anteayer, en un encuentro en Barcelona, los oídos de Sergio Massa: "Miren que hubo países raros para nuestras inversiones, pero esto de disponer de todo sin una sola norma o papel escrito era único".
Pero la impresión corporativa inicial se fue desdibujando. Primero, con el discurso de los protagonistas. A un kirchnerista fiel se lo descubre con dejarlo hablar: el celo que el jefe de Gabinete y Kicillof pusieron en no pronunciar la palabra inflación convenció a varios de que las modificaciones podrían ser módicas. "Respecto de la variación de los precios, venimos trabajando con acuerdos y vamos a trabajar en la productividad, la competitividad y el ingreso a los mercados mundiales", definió el ministro de Economía.
El otro motivo de cautela está en la propia dinámica de los problemas. ¿Es necesario un shock de confianza o se podrá ganar tiempo con medidas paliativas hasta que, por fin, haya margen para bajar el déficit fiscal y atenuar la emisión monetaria? "La elección de Capitanich es una genialidad, mi duda es la velocidad", reflexionó ante este diario el dueño de un grupo nacional de buena relación con el kirchnerismo. Y el consultor Alejandro Catterberg lo compendió en una frase: "Si no pudieron hacer sintonía fina con el 54% de los votos, va a ser difícil una sintonía gruesa con el 30".
El escenario remite, en realidad, a esos momentos en los que el kirchnerismo amaga con girar y, finalmente, termina en la misma ruta. La voltereta de 2011 para bajar subsidios energéticos después de ganar las elecciones -aquella convocatoria a anotarse voluntariamente en un formulario que encabezaba la Presidenta y seguían actores, músicos y periodistas- terminó como el plan antiinflacionario "Mirar para cuidar": en un fracaso. Sólo hay que ver qué pasó con la electricidad: en un área metropolitana de 4 millones de clientes, el universo alcanzado por los aumentos no superó, entre filántropos y obligados, los 200.000.
Otro clásico de oxigenación kirchnerista son las convocatorias al diálogo empresarial. La primera fue después de la derrota legislativa de 2009, cuando Aníbal Fernández, entonces jefe de Gabinete, les prometió a los hombres de negocios un trato frecuente que en adelante encabezaría él. Pero fue el único y último encuentro de esa etapa. En los meses siguientes, con una espectacular recuperación política del Gobierno, todo quedó en el olvido. La derrota de agosto en las primarias volvió a desencadenar un llamado: aquel encuentro de Río Gallegos en el que la Presidenta les habló a "los dueños de la pelota". Resultó anticipatorio: excluyó a Moreno para no irritar. Y la última invitación, la de ayer, mostró una vez más el gen kirchnerista: se dejó afuera al sector más competitivo de la economía, el agropecuario.
La sospecha es que no habrá cambios drásticos, aunque se tomarán algunas medidas y se insistirá en iniciativas ya existentes, como las trabas a las importaciones, a las que habrá que revestir de institucionalidad. Un kirchnerismo más prolijo. Existe, por lo pronto, un proyecto de ley para subir del 10 al 50% el impuesto interno que pagan los autos de alta gama, grandes demandantes de insumos importados y, por lo tanto, de dólares. "Creen que, porque Moreno dejó el Gobierno, esto va a ser viva la pepa", aclaró ayer Capitanich, mientras anticipaba la continuidad de los acuerdos de precios. La noción supone que lo único agotado son los métodos. "Señor secretario, usted está matando a mi marido", decía una carta que, hace un mes, Moreno recibió de la mujer de uno de sus habituales interlocutores pyme.
Elisa Carrió suele endilgarle a su coterráneo de Chaco la facultad de decirle a cada uno lo que pretende escuchar. Si eso es cierto, a un mundo empresarial descreído como nunca le llevará unos minutos entender que, en rigor, nadie pretende renovar la gestión económica, sino sólo sacarle lustre.
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