Maradona y la parábola contemporánea argentina
La trayectoria de Maradona evoca a la historia del país que le fue contemporáneo. Creció en el límite entre Villa Fiorito y Villa Caraza; un territorio que por entonces se estaba poblando de inmigrantes del interior pobre, marcando una divisoria de aguas entre la Argentina agroexportadora e industrial desde sus orígenes a fines del siglo XIX y aquella tan difícil de definir desde entonces y hasta nuestros días salvo por un adjetivo desgarrador sustituto de sustantivos concluyentes: "decadente".
Cuando Diego comenzó su carrera hacia la gloria, despuntaban los primeros brotes de una pobreza desconocida y, a la larga, endémica que clausuraba esa movilidad ascendente emblemática asociada a nuestra identidad nacional. Millones dejaron de creer en el "éxito" para apostar a la "gloria" en todos los sectores sociales. Porque Maradona representó para las clases bajas aquello que Guillermo Vilas lo hizo para las medias a través de esas fotos alucinantes veraneando en una isla exclusiva con la princesa Carolina de Mónaco. No faltaba mucho para que la democracia política abriera un poco más la esclusa de esos derroteros asombrosos.
Millones dejaron de creer en el "éxito" para apostar a la "gloria" en todos los sectores sociales
En uno de los tantos reportajes en los que Diego confesaba sus sentimientos profundos, sin ambages, lo explicó con palmaria claridad señalando que desde ese Olimpo distante se contempla con claridad a la mediocridad y a la miseria, y no precisamente a la material. Pero todo terminaba teniendo su precio: la "gloria" trasmuta en una pesada cruz difícil de sobrellevar: "se siente la soledad, se siente el frío…", mucho más intensos cuando se procede de esa primariedad sanguínea familiar y vecinal de los mundos humildes. Porque en "la gloria" ya no están los "ñeris del cuore" eternos e incondicionales de la banda familiar y del equipo de potrero que te quieren por lo que sos, sino los "caretas" que se amontonan como sanguijuelas para participar de los privilegios de tu "gloria", de aquellos que representás festejando tus excesos y no preservándote de los riesgos.
Los padres de la sociología han descripto bajo distintas denominaciones convergentes ese síndrome alienante de los ascensos vertiginosos y sin escalas: anomia, enajenación, etc. El personaje se devora a la persona que deviene en un actor soberbio que se mira con los ojos de quienes lo adulan y que a cambio de jactarse de su proximidad le ofrecen lujuria, sexo, alcohol y sustancias que prometen rendimientos insuperables. Es esa tentación diabólica que comienza el descenso hacia el infierno que pocos resisten, como lo prueban decenas de casos de famosos a lo largo del siglo XX. No fue el caso de "el Diego", que exhibió esa resiliencia bien argentina de sobreponerse una y otra vez, reinventándose, aunque para volver a recorrer ese sino trágico.
Ni más ni menos que el itinerario de los "ciclos de la ilusión y el desencanto" enunciados magistralmente por los historiadores Pablo Gerchunoff y Lucas Llach. Esa ilusión mágica de la buena fortuna, del milagro evocativo de las transformaciones culturales de la sociedad más culta de América Latina desde aquel histórico traspié irresuelto desde 1930. El recorrido profesional de Maradona incluyó los hitos emblemáticos de aquellos embelesos: el Mundial de fútbol celebrado en la Argentina en 1978 y su heroico final que inspiró aventuras menos inocentes, como la fatídica Guerra de las Malvinas. Luego, la ensoñación democrática y republicana de 1983 de la que se esperó, después de décadas de declararla caduca, el mismo maná salvador que a aquellas aventuras que nos habían sumido en los complejos problemas que supimos conseguir. Después, nuestro ingreso triunfal en el "primer mundo" de los 90, aunque descuidando los requisitos disciplinarios que requiere el desarrollo y que van mucho más allá de una fórmula cambiaria. Por último, la asombrosamente rápida recuperación de los 2000 luego de transitar por los infiernos de la anarquía de fines de 2001 y principios de 2002.
Y dos peligros de generación reciente de este curso errático: su incorporación en la conciencia colectiva como un destino inexorable, y la asociación de aquella pobreza de la que Diego emergió como el reducto de una nacionalidad pura, auténtica y ancestral, depositaria de virtudes tribales anteriores a nuestra organización ciudadana. La vieja reivindicación revisionista de la ecuación sarmientina invertida: la barbarie, hoy reconocida menos como el heroico e intelectual "ser nacional" que por el más vulgar –signo de los tiempos– "ser argento". Se lo puede registrar en el mensaje velado de varias publicidades televisivas que no fortuitamente emergen en vísperas y durante los mundiales de fútbol. Particularmente aquella que en nuestros días descubre algo singular en este suelo que hace surgir a estos jugadores desde los potreros de la pobreza. Tierra y sangre; mejor no profundizar ni en analogías ni en las genealogías de ese binomio fatídico…
Sin duda que, como todo mito, Maradona representa al menos vetas compartidas por amplios sectores de nuestra sociedad. Es más: tal vez su caso sea más abarcativo que el "francesito" Gardel, la "compañera Evita" y el "comandante Che Guevara". Aquel creyente en Dios pero no en sus representantes a los que desprecia pero ante quienes termina postrándose. El mismo que rechaza la riqueza, pero disfrutando de ella como el mejor de los "bacanes" fumando habanos y navegando en lujosos yates que contempla con gélida distancia –por momentos rayana en la fobia– a aquel mundo de penurias del que emergió. Por último, aquel patriarca que pondera a la familia como institución sublime, pero que nunca dejó de ser un reconocido pirata que sembró el mundo de hijos a los que despreció, aunque finalmente los reconoció. Una actitud tardía que, al cabo, lo honra. En suma, un argentino hecho y… argento.
Ahora que "nuestro Diego" ha entrado en el Olimpo de veras, tal vez haya llegado la hora oportuna de su análisis histórico un poco más distante que las pasiones inevitables que suscitan todos los mitos populares.