Política. Menemismo, versión 2004
Con varias de sus más importantes figuras procesadas o fuera de la vida política, el menemismo parece hoy haber desaparecido de la escena. Qué planean Carlos Menem y su último entorno fiel para sobrevivir a la ola kirchnerista
¿Están Carlos Menem y el menemismo hibernando o se encuentran en vías de extinción? ¿Borró del mapa político la ola K a quien transformó la Argentina, tantos decían antes que en el buen sentido y ahora --aseguran-- en el peor, pero que a nadie le resulta indiferente? Menem ha dicho que él es un animal político, que nunca habló de retirarse, que sigue en carrera. Como no se lo ve aceptando un cargo de director general de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, tal como hizo Sarmiento cuando dejó la Casa Rosada, se supone que la carrera de marras consiste en reincidir con la presidencia. Sus incondicionales explican que en política se trabaja con objetivos y que ahora no hay ninguno concreto a la vista. Bromean diciendo que en 2011, cuando Kirchner haya terminado su segundo hipotético mandato, Menem será un joven de 81 años.
--¿Qué se dice en el gobierno sobre Menem? ¿Qué piensan ustedes que hará? ¿Construirá poder? --le preguntó LA NACION esta semana a un importante funcionario, especializado en tejidos y entretejidos políticos, alguien que tiene acceso frecuente al despacho presidencial.
--Menem no existe, desapareció --respondió, con ese tono descalificador que se usa para encarrilar una conversación a punto de extraviarse en un tema menor, como si uno hubiera preguntado por los planes partidarios de Isabelita para el 2004 y no por los del anteúltimo eje de la vida nacional contemporánea. El país cambió. También Menem, solo y sin poder, luce diferente. Sus asuntos pendientes con la Justicia (cuenta suiza, contrabando de armas, irregularidades en la construcción de cárceles), por más que no lo retornen a prisión --algo impredecible, aunque hoy improbable--, prometen ser duraderos y fatigosos, como son en definitiva la mayoría de los juicios en la Argentina, exista o no voluntad política de aplicar la ley con rigor.
Suelen decir los exégetas del movimiento que los peronistas tienen tendencia a alinearse, en la dimensión doméstica, con el que manda. Eso explicaría antes que nada el desplazamiento de Menem de la escena durante la era Duhalde y, ahora mismo, en la era bifronte Kirchner-Duhalde.
Cerca de treinta argentinos viajaron a Chile la semana pasada para asistir al bautismo de Máximo Saúl, en la iglesia Santa Teresa de Avila, de Zapallar. Pero en su mayoría eran amigos no políticos de Menem o ignotos de tercera línea. Apenas un puñado --Kohan, César Arias, Paco Mayorga, Claudio Sebastiani, Alfonso Millán-- formaba la retaguardia de aquellas peregrinaciones multitudinarias que solían ir a la Meca cuando Menem era la Meca.
Ni siquiera el golf, ese antídoto contra el estrés capaz de exhibir al "presidente exitoso" (autoevaluación) más allá del bien y del mal, pasara lo que pasare alrededor, es hoy lo que era. Obsérvese el detalle: en sus acomodados aposentos chilenos Menem disimula ahora bajo una campera su brazo derecho enyesado, efecto de una caída en un campo de golf, donde, de más está decirlo, los accidentes no abundan, menos sin intervención de una pelotita. Dirán los usuarios de Freud que yeso de golfista merece ser el nombre de un síndrome originado en acumulación de sucesos familiares fuertes. O acaso en un desfase perturbador entre las expectativas y los logros del sujeto. Dirá Menem que su fisura sólo se inspiró en un montículo de tierra inadvertido que lo llevó a tropezar al borde de un barranco mal ubicado y que nadie muere en la víspera.
Del triunfo a la derrota
Ocho meses atrás, créase o no, el "exitoso" infatigable ganaba por tercera vez una elección presidencial, aunque esa vez, mala suerte para él, correspondían dos cuotas de urnas y alzarse con la primera por simple mayoría (en su caso con 24,25%, casi tanto como Arturo Illia para consagrarse en 1963) podía devenir en derrota. Y devino. Otro récord, esa vez mundial: Menem se convirtió en el único ganador de una primera vuelta que decide no presentarse a la segunda. Y si bien irrita hoy a sus amigos que se mencione en forma taxativa la derrota del 2003 --"¡derrota no hubo!", saltó el miércoles como leche hervida Alberto Kohan, cuando tomaba un café con este cronista en San Isidro, como si esa palabra, más que ajena, fuera una blasfemia--, es notorio que la noche del domingo de la primera vuelta Menem ya estaba más cerca del yeso de golfista que de la presunta infalibilidad eterna.
Y allí está. El hombre más poderoso de toda la década del noventa, ojeando los diarios argentinos por Internet, entre nanas de uniforme y mamaderas del guagua, atento al achique sin fin de eso que se llamó menemismo, achique apurado con tres motores: la cruzada kirchneriana (que sobre todo se ve en la Corte), la magra cosecha en la renovación electoral 2003 (ninguna figura de peso que ostente un cargo electivo, fuera del senador Eduardo Menem, se proclama hoy menemista) y, en definitiva, la conversión, adaptación o como se le quiera decir, al cambio de alineamiento, fresco o antiguo, de ministros, diputados, senadores, gobernadores, jueces (¡jueces!), un vicepresidente y decenas de dirigentes partidarios que, con mayor o menor compromiso, en silencio o con euforia, habían integrado antes el conglomerado político regido por Menem.
Para muestra basta un botón: nadie despreció más la sutileza para cambiar de punto de vista que el ministro de Justicia Gustavo Beliz, cuando dijo que en los noventa, cuando él fue secretario de la Función Pública y ministro del Interior, se gestó una narcodemocracia, no se respetó la ley, los funcionarios públicos lavaron dinero sucio, se llegaba al poder con el afán de enriquecerse y había valijas que iban y venían. Beliz, claro, analizaba eso que les pasó a los otros. Piadoso o curtido, Menem guarda diferentes sentimientos respecto de quienes le fueron desleales a través del tiempo y, aunque no ventila rencores, se sabe que ya amortizó a veteranos como Beliz, acaso porque su disco rígido necesita espacio para nuevos desleales.
Propia tropa
¿Cuántos dirigentes quedaron en el redil? Las propias fuentes menemistas usan una sola mano para enumerar a los de primera línea, donde ayer nomás había decenas: Arias, Kohan, Eduardo Bauzá, Eduardo Menem y, con el dedo meñique y voz débil, Juan Carlos Romero, el gobernador salteño que integró la fórmula del 2003.
Sólo uno de los tres ministros más recordados de Menem sigue políticamente conectado con él, aunque distante. Es Carlos Corach, quien decidió pasar un autoexilio en Inglaterra, desde donde hace poco se enteró que su amigo, ex vecino y virtual protegido Rubén Beraja, el banquero que negociaba redescuentos y representaba a la vez a la comunidad judía, había caído preso. Los otros dos son Domingo Cavallo, quien, créase o no, da clases sobre la crisis argentina en una universidad norteamericana, y José Luis Manzano, dedicado desde hace mucho a los negocios, últimamente en sociedad con el empresario de medios Daniel Vila.
Dos pesos pesados del peronismo a quienes hasta hace poco se calculaba como potenciales espadas menemistas en el Senado, Ramón Puerta y Carlos Reutemann, ya no son de la partida. Al misionero Puerta, ex mandamás del Senado y por unas horas del país, lo convidaron con la estratégica presidencia de la Comisión de Relaciones Exteriores, de donde desalojó, casualmente, al senador Menem. Y del peculiar Reutemann (futuro jefe de la Comisión de Obras Públicas e Infraestructura), los voceros menemistas descubren ahora que es "reutemannista".
En la Casa Rosada no sólo tienen a Romero y al menemista pampeano Carlos Verna en la lista de los gobernadores alineados de hecho con el Gobierno --hoy no es posible para un gobernador peronista administrar la provincia y chocar políticamente con Buenos Aires, dicen-- sino que allí también está el riojano Angel Maza, cuya hermana, la senadora Ada Maza, pateó el nido el día que acompañó la suspensión del juez Eduardo Moliné O´Connor. El otrora monolítico menemismo riojano, piedra basal de la historia, de donde ya se había desgajado el pariente Jorge Yoma, sufrió ese día una nueva fisura. Perseveraron en la ortodoxia los diputados nacionales Adrián Menem y Alejandra Oviedo, emergentes de un sub-bloque de incierto volumen --la verdad aritmética se sabrá en marzo-- que, hoy por hoy, es lo más potente que conserva Menem a nivel nacional.
Menem sobrino y la joven Oviedo son también muy queridos por los productores de programas políticos de televisión, porque aunque carecen del buen decir, la extravagancia y el moño de Jorge Asís, son casi los únicos, además del escritor, que aceptan invitaciones para defender al ex presidente, faena ingrata por lo despareja.
Ellos funcionan como la contracara de ese otro elenco menemista que se renueva en las páginas judiciales de los diarios, el de los que son o han sido procesados o investigados por su participación en presuntos delitos, una veintena. Allí están, entre otros, Ramón Hernández, ex secretario privado (cuenta suiza); Kohan, ex secretario general de la Presidencia (enriquecimiento ilícito); Claudia Bello, ex secretaria de la Función Pública (acusada de haber sido acreedora de un efecto del promocionado efecto Y2K de cambio de siglo); José Uriburu, ex ministro de Trabajo (por irregularidades en la contratación de un servicio de limpieza); Raúl Granillo Ocampo, ex embajador en Estados Unidos (enriquecimiento ilícito), y los ex superministros Domingo Cavallo y Erman González (con más de una causa cada uno). También Jorge Domínguez, Armando Gostanian, Omar Fassi Lavalle, Víctor Alderete, Matilde Menéndez, Pedro Pou, Francisco Mayorga, Julio Mahárbiz, Jorge Campbell y los antiguos directivos del Banco Nación en tiempos del escandaloso contrato con IBM, Aldo Dadonde, Hugo Gaggero y Genaro Contartese, entre otros. Esto sin contar al prófugo Ibrahim al Ibrahim, cuñado de Menem en la época de sus supuestos delitos, a Emir Yoma, otro ex cuñado pero que no se fugó sino que conoció las rejas y terminó favorecido por la Corte anterior, y al único político condenado hasta ahora por enriquecimiento ilícito, José Manuel Pico, a quien el menemismo había encumbrado en el viejo concejo deliberante porteño. El miembro más nuevo del elenco de cuestionados por la Justicia es Jorge Rodríguez, jefe de gabinete del último tramo, recordado por haber recibido a Alfredo Yabrán en la Casa Rosada y procesado el Día de Reyes último por defraudación fraudulenta, al igual que el periodista y asesor Jorge Castro.
Y hay también causas judiciales que carecen de nombres famosos, como la originada en los fastuosos gastos del avión presidencial, no precisamente el tipo de hechos que recomendaría un asesor de imagen para volver a prestigiar el vocablo menemismo.
Por fin, está el símbolo voluntario del peor aspecto de la década, María Julia Alsogaray, después del propio Menem la principal figura del gobierno 1989-99 que ha ido a parar a la cárcel, donde ya está cercana al medio año, bajo los cargos de peculado, defraudación y falsedad ideológica, este último cargo también, entiéndase con rigor, de significado técnico jurídico, no político.
Es que a esta altura cabe la madre de todas las preguntas: ¿a qué se llama hoy menemismo? ¿Sería acaso en términos europeos el ala conservadora del partido del gobierno? ¿O se trata, como quieren algunos sectores peronistas que lo repelen, de un neoliberalismo incrustado en una temporada de vientos mundiales uniformes cuando los descamisados de Evita se hallaban distraídos?
Dos caminos
Importa saberlo para imaginar el futuro menemista en la dimensión partidaria. Opción A: Menem va a pelear por un espacio en el PJ, aunque no lo ayuda demasiado la idea de Kirchner de institucionalizar un consejo nacional, en marzo, con los 24 gobernadores y presidentes de distrito de las provincias no peronistas, bajo el mando del jujeño Eduardo Fellner, sin el voto de los afiliados. Alineamiento general kirchneriano, sin Kirchner. Opción B: Menem, sin espacio en el PJ ni perspectivas, arma un partido propio.
Que la reinserción de los ex presidentes no es cosa fácil en el sistema político argentino lo probó Raúl Alfonsín, efímero senador en una banca obtenida por minoría cuyo prestigio asociado a la instauración democrática habría tenido mejor custodia, probablemente, lejos de los punteros y comités tan irresistibles a la idiosincrasia radical. Antes lo verificó, de otro modo, Arturo Frondizi, quien luego de haber arrasado en 1958 con las bancas legislativas, las gobernaciones y, sobre todo, la ilusión colectiva, no consiguió sostener, tras su derrocamiento, una fuerza política robusta antes que nostálgica.
¿Cabe esperar para Menem un derrotero posterior a la gloria como el de Frondizi, que aparte de un corrimiento personal a la derecha en sus últimos años iluminó un desarrollismo encogido, aliado semiautomático del peronismo, de creciente erosión, con presente raquítico, e inspiró, eso sí, unos cuantos libros evocativos? Quedaron frondicistas devotos, pero no de votos. Claro que Frondizi no terciaba en el centrifugado peronista, el partido que acunó la fórmula Menem-Duhalde en 1989 y sigue en el poder desde que lo retomara en diciembre de 2001, cuando desalojó al antimenemismo "hereje" de la Alianza que se había intoxicado con la misma medicina económica a la cual Menem había sido adicto.
Ya nadie se acuerda de Frederic Chopin, decía Roberto Cossa, y si se permite la paráfrasis podría sustituirse al compositor polaco por el líder riojano más célebre del siglo XX. Ya nadie se acuerda del Carlos Menem político, el político insaciable, el presidente más duradero de la historia en términos consecutivos, votado en dos ocasiones por uno de cada dos argentinos y en una tercera por uno de cada cuatro, vigente como ninguno hasta hace ocho meses. El flamante papá (anuncia otro hijo para dentro de unos meses), inminente abuelo, cónyuge privilegiado por las revistas del corazón, observa desde el otro lado de la cordillera cómo el gobierno de su compañero Néstor Kirchner desmonta paso a paso los dominios estructurales y los demonios simbólicos del poder edificado durante el largo reinado salido de Anillaco.
"El menemismo ha muerto"
En su luminoso estudio de la avenida Córdoba, el privatizador de la primera hora Roberto Dromi --"obstetra de las privatizaciones", dice de sí mismo--, jovial, con amable cadencia mendocina, luce un oficialismo inesperado. Elogia al gobierno sin ahorros ("Kirchner vuelve a la política de privatizaciones originaria, como se ve en peajes, y eso es muy bueno") y sólo después de desparramar varias dosis de optimismo sobre el presente acepta contestar la pregunta convocante. "¿Qué será del menemismo?" No veo a nadie interesado en recuperarlo, nadie está trabajando para alumbrar una remoción ideológica. Menem --dice el ministro de Obras Públicas de la primera etapa menemista-- se quedó sin combustible antes de la segunda vuelta. ¿Pero sabe qué le quiero decir? Que se quedó sin ideas. Igualmente, no pienso que Menem esté muerto. El que ha muerto es el menemismo, aquél basado en la sociedad Menem-Cavallo".
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