Menos desigualdad, menos pobreza
¿Es posible reducir la pobreza sin avanzar simultáneamente en una disminución de la desigualdad? Si se atiende a la evidencia empírica, la respuesta a este interrogante es negativa. Pese a que técnicamente son fenómenos distintos, la pobreza y la distribución del ingreso se encuentran fuertemente vinculadas en los hechos.
Al analizar qué países encabezan el ranking de la desigualdad -ordenados por el coeficiente de Gini- se encuentra que, si bien se trata de un conjunto heterogéneo, no hay un solo país desarrollado entre los 50 más desiguales. Entre los primeros 10 de ese ranking -donde el Gini oscila entre 0,53 y 0,63- aparecen varias de las naciones más pobres del mundo, como Haití, la República Centroafricana, Zambia o Lesoto. Convengamos en que no parecen ser ejemplos inspiradores en el combate de la pobreza y la búsqueda del desarrollo económico. En el otro extremo están los países desarrollados, con alto ingreso promedio y, salvo excepciones, una distribución del ingreso relativamente igualitaria. Según la última edición del Índice de Desarrollo Humano de la ONU, los cinco países más desarrollados del mundo son actualmente Noruega, Australia, Suiza, Alemania y Dinamarca. Muestran, en promedio, un Gini de 0,3 -próximo a los valores más bajos del mundo- y un PBI per cápita de 53.000 dólares (en paridad de poder adquisitivo), ocho veces más alto que el PBI per cápita promedio de los diez países más desiguales.
Así, pese a que existen matices, resulta virtualmente imposible identificar un país muy desigual al que llamaríamos desarrollado o un país desarrollado con extrema desigualdad. Es importante entender que no se trata de una correlación casual, sino buscada explícitamente por los esquemas impositivos y los sistemas de transferencias públicas de casi todos los Estados desarrollados. En efecto, según la OCDE, que estima el valor que adopta el coeficiente de Gini en cada uno de sus miembros antes y después de que los Estados ejecutan su política fiscal, países como Noruega, Dinamarca, Australia y Alemania logran moderar fuertemente la desigualdad social gracias a la marcada progresividad de sus sistemas impositivos y a las transferencias públicas de ingreso que llevan a cabo. Dicho en términos simples: quien más gana más impuestos paga y quien menos gana más transferencias recibe. Aquellos que impugnan enfáticamente las políticas redistributivas cuando se las discute en la Argentina, ¿considerarán "populistas" a los gobiernos de los países mencionados?
Es un hecho aceptado entre los especialistas que nunca antes la desigualdad global había exhibido niveles tan extremos. De acuerdo con la influyente ONG británica Oxfam International, el 1% más acaudalado de la población mundial posee hoy más riqueza que la suma del 99% restante. Bajo un cuadro semejante, resulta ineludible buscar una mejora de la equidad distributiva a través de las políticas públicas. Copiemos a los gobiernos "populistas" de los países más desarrollados del mundo y aceptemos lo que enseña la evidencia empírica: una mayor riqueza per cápita y una distribución del ingreso más igualitaria son variables que suelen presentarse juntas. No se requiere, entonces, renunciar al objetivo de alcanzar un mayor nivel de ingreso medio en la Argentina para mejorar la equidad distributiva.
Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes
Germán Herrera Bartis