Microrrelatos. Cuando la brevedad toma la pluma y la palabra
¿Por qué no pasan de moda? Ana María Shua, que reunió sus minificciones en Todos los universos posibles, cuenta las claves de un género que apuesta a la variedad de tonos y estilos
Quizá no haya mejor manera de definir un microrrelato que recurrir a la idea del aleph borgeano. Esa esfera minúscula, tornasolada, capaz de contener todo el espacio cósmico. Al igual que el objeto que imaginó Borges, estas pequeñas prosas que se trabajan con la paciencia de un orfebre, que rozan la poesía, el cuento tradicional y el aforismo, tienen que tener la capacidad de evocar un mundo autónomo. Como si se tratara de un juego cuyas reglas están estrictamente pautadas, los autores que se aventuran en el género saben que pueden utilizar cualquier recurso literario con una condición: tienen que hacerlo en no más de trescientas palabras. Un microrrelato podría pensarse, entonces, como una metáfora de la literatura. Sus pocas líneas condensan sus procedimientos, sus posibles efectos desestabilizadores, sus posibilidades poéticas.
Durante estos últimos años, la publicación de antologías y la multiplicación de concursos dan cuenta de la vitalidad de un género que hace sólo treinta años comenzó a ser considerado como tal. La lista de escritores argentinos que lo practicaron sin saberlo es larga: Borges, Girondo, Cortázar, Pizarnik, Denevi, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Isidoro Blaisten. En la actualidad, se sumaron a ellos, pero sabiéndolo, Eduardo Berti, Raúl Brasca, Luisa Valenzuela, Ariel Magnus y Ana María Shua, que acaba de reunir todos sus microrrelatos en Todos los universos posibles (Emecé).
Si bien es cierto que la brevedad es el rasgo más característico de estas ficciones, no es el único. Un microrrelato tiene que plantear un giro, un golpe de sentido: el lector deberá tomarse unos segundos para construir o reconstruir lo que el texto está diciendo. Puede ser a partir del absurdo, del fantástico, de la construcción de paradojas; los recursos son infinitos. Tampoco es necesario un remate sino, simplemente, generar algo de perplejidad en el lector, cierta incomodidad en relación con lo que está leyendo y el mundo que lo rodea. El efecto es el de un relámpago, un destello de luz; tal cual sucede con la poesía. Por eso su lectura es necesariamente lenta: depende de la repetición, de la relectura. Imposible pasar de un microrrelato a otro como si se avanzara en las páginas de una novela. En este sentido, si bien el auge de Twitter volvió a poner sobre la mesa las ventajas de la brevedad, el microrrelato se encuentra en sus antípodas. "Mucha gente cree que el microrrelato es un tuit", dice Shua, "Y no es así. Twitter es un formato. Como en otra época el telegrama. Se pueden usar para hacer literatura u otra cosa. Además, Twitter, pide otro tipo de lector. El microrrelato exige cierto grado de reflexión, cierto detenimiento."
Todos los universos posibles, el libro de Shua, refleja todas las posibilidades del género. Cada una de sus prosas está trabajada al máximo: nada sobra, nada falta. "En una novela, en un cuento incluso, puede haber páginas que no sean tan intensas como las otras -dice Shua-. El microrrelato, en cambio, no permite ningún desliz, ningún error, la más pequeña imperfección se ve agigantada."
El título del volumen no podía ser más acertado. Se trata de un libro de mil páginas ("el trabajo de toda una vida", dice Shua) que reúne la producción de una de las autoras más importantes del género en América latina: La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas y Fenómenos de circo. La lectura de estos textos tiene un efecto interesantísimo: la autora pone frente al lector un caleidoscopio que no tiene fin: las vicisitudes del sueño o la vigilia, las mil versiones de los cuentos populares, las formas que puede adoptar el deseo en Casa de geishas, la clasificación de plantas imposibles (como la Flor Azteca, "una cabeza de mujer cuyo cuello muy fino cimbreaba en un jarrón"), el circo y sus fenómenos como metáfora de la realidad
Como el libro del I Ching o como cierta práctica en la lectura de la Biblia -abrirla y leer el capítulo que toca, al azar-, el lector tiene la sensación de que bastará con hacer lo mismo con Todos los universos posibles para encontrarse con un pensamiento, una idea, un relato que lo descoloca, lo impulsa a cuestionarse alguna certeza, lo lleva a la risa. Cuestiones domésticas como la de los amantes de "Momento de placer" que disponen todo para encontrarse y justamente por poner tanto empeño, cuando el momento llega, "duermen así, enseguida, de espaldas, silenciosos y frustrados". O preguntas que se vuelven universales: "Ser digno de exhibición -se pregunta la narradora de ?Crítica y elogio de la medianía'-, ¿es proeza, ventaja, beneficio?"
"El trabajo con los proverbios o los refranes tiene que ver con una característica del género: se aprovechan los conocimientos del lector para completar el significado -dice la autora-. Es algo muy propio del microrrelato latinoamericano que recurre a canciones populares, lugares comunes de la cultura, esas cosas que todo el mundo sabe y que están, de alguna manera, incorporadas a la lengua, al idioma. En América Latina el microrrelato tiende más a las cuestiones universales. En cambio la flash fiction, como la que escribe la norteamericana Lydia Davis, trabaja más con lo que le pasa a una persona en particular."
Uno de los grandes riesgos que tiene el género es el de caer en un simple juego de ingenio. "El microrrelato más breve del mundo -cuenta Shua- es el de un autor mexicano, Guillermo Samperio, se llama ?El fantasma' y el resto de la página está en blanco. Eso sí es un golpe de ingenio. Es muy fácil de imitar. Algún otro ha puesto ?Alzheimer' y luego la página en blanco o ?Vampiro mirándose al espejo', las variantes pueden ser muchas, pero se trata sólo de un juego."
Shua lo aclara porque, si bien hay un elemento lúdico en sus textos, hay, sobre todo, un gran cuidado de la forma. De hecho, si bien es cierto que en literatura lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice, en el caso de los microrrelatos esta premisa se magnifica. Al igual que con la poesía, no es fácil parafrasear uno de estos textos: el encanto está en la manera en la que cada palabra ocupa su lugar preciso, el ritmo de la puntuación, el cuidado en la metáfora, el momento justo en el que el autor le ofrece al lector un giro de sentido.
Shua no es lectora de poesía pero empezó escribiendo poemas. Algo de esto hay en sus textos, que recuerdan aquí y allá algunas pequeñas prosas de Pizarnik o determinados juegos surrealistas en los que la poeta -como tan bien explica César Aira en su libro Pizarnik- juega con una cantidad limitada de sintagmas y sus posibilidades combinatorias. También la importancia de la disposición en la página. Shua entiende que ese blanco que rodea al microrrelato es imprescindible, es la respiración que necesita el lector para pasar de un texto a otro, para abrirse paso a través de imágenes o escenas que en muchos casos son muy perturbadoras, como la de "Intuición femenina" en la que -a pesar de que debería saberlo, a pesar de que debería percibirlo- una mujer no parece darse cuenta de lo que todos saben: que su marido hace rato que no está. Como en tantos otros, la eficacia de este relato está en el trabajo con el detalle: Shua tiene la capacidad de ir de lo más pequeño a lo más grande. Y algo más: a diferencia de algunos exponentes del género, no se ciñe a la premisa de que cuánto más breve, mejor. Aunque ninguno de sus relatos llega a ocupar una carilla entera, hay algunos que no pueden resolverse en cuatro o cinco líneas, sino que piden una profundidad mayor.
Todos los universos posibles abarca todos los tonos, todos los temas. Construye algo así como un diccionario, una clasificación del mundo, un inventario a la manera del proyecto de Bouvard y Pécuchet, los personajes de Flaubert. Y en ese sentido recuerda, también, a las enumeraciones imposibles de Borges. El caleidoscopio que presenta es por momentos desopilante, por momentos inquietante y también, por momentos, de un profunda tristeza. La empresa de Shua parece inabarcable: construir un aleph a fuerza de paciencia y perseverancia: puliendo y dándole brillo a cada palabra. Ahora, luego de varios años sin escribir microrrelatos está trabajando en un libro sobre la guerra. Cabe esperar encontrar en ese libro una guerra y, a la vez, todas las posibilidades de la guerra.