Al margen del mundo
MATAMOROS, México.- La remera le queda grande, la alegría le sienta bien. Enorme, luminosamente bien. El niñito juega al fútbol y, se diría, captura de reojo a la cámara que tan eficazmente lo ha registrado. Patea la pelota, se suspende en una pierna, ríe entre pícaro y feliz. Y es Messi, Neymar, Ronaldo o quien sea su héroe por estos días. Patea y el mundo le importa nada, tan poco como esa remera que sin duda tiene de prestado, y esas sandalias que no son botines, y qué. Cómo brillarán los estadios –esos que solo él puede ver– ante los que despliega su magia, la ovación estridente, el sueño dorado que existe, más real que cualquier leyenda, en este instante puro juego y cuerpo que ríe y vida demasiado plena como para dejarse atrapar. Del otro lado, las carpas del campo de refugiados; allá lejos, el ceño de Trump arrinconando a un niñito del que nunca sabrá nada. Y de este lado, el gesto pícaro y feliz que nadie podrá mancillar.