Cané (padre), la pasión por las letras
Hace 200 años, el 26 de abril de 1812, nacía en la estancia El Algarrobo, próxima a San Pedro, en plena pampa porteña, Miguel Cané (padre). La fama literaria de su hijo, asentada en una producción menos vasta pero signada por el éxito de un libro que nutrió la emoción de varias generaciones de argentinos, Juvenilia, hizo que para distinguir al primero se rompiese la regla habitual de aclarar la filiación del vástago del mismo nombre. Pues si el Cané nacido durante la emigración en 1851 tuvo la inspiración de relatar en pocas páginas de extraordinaria frescura la vida en el Colegio Nacional de los tiempos de Mitre, cuando señoreaba la figura de un rector excepcional, Amadeo Jacques, y de narrar su propia existencia de estudiante pobre, unida a la de algunos alumnos, profesores y empleados de antología, el Cané que vio la luz hace dos siglos ejerció, como escritor y periodista de pluma vigorosa, una gran influencia entre los argentinos que luchaban contra Rosas y en los primeros tiempos de la Organización Nacional.
Miguel Cané (padre), "un romántico porteño", como subtituló Manuel Mujica Lainez el breve pero precioso libro que dedicó a su vida, pasaba parte del año en la estancia de Vicente Cané, casado con María Catalina Andrade, y parte en Buenos Aires, en el hogar de sus abuelos maternos, el doctor Mariano Andrade y Narcisa Bernabela Farías y Bustamante.
En el Colegio de Ciencias Morales intimó con el tucumano Juan Bautista Alberdi, quien lo inició en el conocimiento de los clásicos políticos franceses y con quien compartió el despertar de la vocación literaria. En 1829 se cerró aquel instituto y ambos debieron circunscribir su radio de acción a la casa de Cané. Comenzaba en Buenos Aires una etapa de convulsiones y violencia que los llevaría al exilio. Sin embargo, Miguel halló entusiasmo suficiente como para fundar, en 1832, una entidad precursora del Salón Literario: la Asociación de Estudios Históricos y Morales.
Concluyó sus estudios y se graduó de doctor en leyes en 1835. Luego de concurrir por breve tiempo al Gabinete de Lectura de Marcos Sastre, pasó a Montevideo. Realizó la pasantía indispensable para ejercer la actividad forense en el estudio de su cuñado Florencio Varela y fue profesor en la Universidad. Aquél, como sus hermanos, hacía del periodismo un campo de batalla contra el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que ese mismo año había iniciado su segundo gobierno con facultades extraordinarias y la suma del poder público, lucha a la que muy pronto se incorporó Cané.
En pocos meses, la capital uruguaya recibió gran número de exiliados que se incorporaron al servicio de las armas y ejercieron múltiples actividades para subsistir. Un número importante de ellos eligió el periodismo como medio para cubrir las necesidades de sus familias, pero sobre todo como instrumento para luchar contra el gobierno autoritario de su patria.
El 11 de noviembre de 1838 comenzó la segunda época del combativo diario El Nacional, a cuya redacción se agregó Cané. Poco más tarde se incorporó Alberdi, que puso al servicio de la causa su ya acerada pluma. Un conjunto de intelectuales de ambas márgenes del Plata, entre los que se contaban Félix Frías, Juan Thompson, José Rivera Indarte, Bartolomé Mitre y Luis L. Domínguez, entre otros, desarrollaron desde el periódico una constante prédica. Pero los esfuerzos que hicieron para difundirlo en Buenos Aires se estrellaron contra la actividad del jefe de policía, Bernardo Victorica. No lo leían más que el gobernador y los que debían refutarlo.
En 1839, Cané y Alberdi se retiraron de la redacción y fueron reemplazados por Thompson y Frías. Lejos de abandonar la pluma, fundaron el 15 de mayo la Revista del Plata, que contó con excelentes colaboradores y gran variedad de artículos. En el último número, cuando era evidente que la paz resultaba imposible, la publicación afirmó que había llegado el momento de que la acción sustituyera a la palabra.
El 15 de abril de 1838 había comenzado a difundirse en Montevideo El Iniciador. La hoja, fundada por el uruguayo Andrés Lamas y el argentino Miguel Cané, llevaba como lema la sentencia italiana Bisogna riporsi in via (Es necesario ponernos en camino), expresión por demás significativa en quienes se aprestaban a luchar en ambas márgenes por la regeneración de la sociedad. En el número inicial, que reproducía la célebre "Canción del pirata", de Espronceda ("Con diez cañones por banda, /viento en popa, a toda vela,/ no corta el mar, sino vuela/ un velero bergantín..."), se expresaba: "Tal vez parezca extraño que cuando el ruido de las armas sólo es interrumpido por los himnos fúnebres del dolor y por los gemidos del llanto, aparezca el anuncio de un ensayo periodístico, puramente literario y socialista: tal vez se fulmine sobre nosotros una mirada desdeñosa al vernos ocupados de las letras cuando la política llena todas las cabezas, conmueve todos los corazones: ¡qué importa! Esa extrañeza y ese desdén serán injustos: la injusticia no puede desalentarnos". "Un pueblo ignorante no será libre porque no puede serlo. Un pueblo, para ser ilustrado, es necesario que cultive las ciencias, las artes; que tenga una razón, una conciencia propia; que sepa cómo, por qué y para qué vive."
Y agregaba que el estado del país era "un incidente del momento, una cosa precaria, una desgracia fugitiva, al paso que en el corazón de la sociedad coexiste con ella una necesidad tan sagrada de Patria, tan venerable y santa como la humanidad: necesidad de progreso, de luz, de movimiento intelectual". Era preciso hacer un gran esfuerzo y participar en "el programa que presentó América el 25 de Mayo de 1810".
Aunque al principio el periódico circuló por Buenos Aires, dado que su contenido parecía inofensivo, por prudencia los colaboradores, salvo el viejo unitario Juan Cruz Varela, que firmaba con sus iniciales, lo hacían con otras que no permitían identificarlos. Aunque los autores más prolíficos fueron Lamas y Cané, después comenzaron a escribir, entre otros, Florencio Varela, Alberdi y un Bartolomé Mitre casi adolescente; Carlos Tejedor, Félix Frías, Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría, los últimos aún en Buenos Aires. Uno de los colaboradores de la hoja más respetados y seguidos por la juventud fue Giovanbatista Cuneo, quien había sido arrestado por su pasado de activista libertario en Italia.
Contenía un rico y variado material que permite apreciar las fuentes donde se nutrían los románticos de ambas márgenes del Plata. Las constantes remisiones a Saint Simon, Leroux y Lammenais, de quienes también se reprodujeron escritos, tendían a mostrar el importante papel de la juventud en los indispensables cambios que se requerían. Cané escribió sobre el autor de Los novios, Alejandro Manzoni, que hacía furor entre los románticos de Montevideo; acerca del gran músico siciliano Vincenzo Bellini, cuyas óperas se oían en la urbe del Plata; sobre Lord Byron, sin privarse siquiera de dedicarle un artículo a Mahoma. Se ocupó de temas de legislación y ejerció la crítica musical y literaria.
El Iniciador dejó de aparecer el 1º de enero de 1839, y en su último número publicó las "Palabras simbólicas de la fe de la Joven Generación Argentina".
Para Cané, el periodismo era un fundamental instrumento de progreso social y de concientización política, por lo que halló tiempo para colaborar en múltiples órganos, casi todos de escasa vida: El Grito Argentino, El Corsario, El Talismán, El Porvenir, La Guillotina y Muera Rosas.
Por fin, el 1° de octubre de 1845, Varela, secundado por Cané y otros emigrados, publicó un nuevo órgano: el Comercio del Plata. Se trataba de un diario que nada debía envidiar a los primeros órganos de los principales países del mundo. Compuesto en una rama similar a los actuales cotidianos "sábana", a cinco columnas, con una tipografía clarísima y recursos gráficos apreciables, alcanzaría larga vida y creciente popularidad.
Don Miguel, que también era capitán de la guardia nacional y velaba en las murallas frente al sitio de Montevideo impuesto por Manuel Oribe, escribió allí hasta que sufrió un duro golpe con el fallecimiento de su esposa, Lucía Himonet, madre de dos de sus hijos. Su desconsuelo fue tan grande que se le aconsejó un viaje a Europa. Visitó Francia e Italia y la gira se prolongó por un año. El remedio parece haber sido eficaz: algo más de una década después escribió una novela autobiográfica, Esther, en la que narraba una aventura romántica que había tenido lugar en Florencia.
Se casó en segundas nupcias con Eufemia Casares. De ese matrimonio nacería años más tarde el autor de Juvenilia.
Pero el periodista y ya prolífico escritor parecía atacado de "sitiofobia", por lo cual, tras residir unos meses en Buenos Aires, a la que había podido volver pese a su condición de acérrimo enemigo de Rosas, se marchó a Europa. Vivió una vida bohemia, que no le impidió anotar sus impresiones y reflejarlas en cuadernos de viaje, que darían lugar a artículos periodísticos y a varias novelas (Fantasía, En el tren, La familia de Sconner…). Después de la batalla de Caseros volvió a su ciudad natal, pero enseguida regresó a Montevideo. Se entregó a la actividad forense y por fin retornó definitivamente a la Argentina.
En 1854 colaboró en El Plata Científico y Literario, revista que involucraba temas de legislación, jurisprudencia, economía política, ciencias naturales y literatura, dirigida por Miguel Navarro Viola. Cinco años más tarde se hizo cargo de la redacción de El Comercio del Plata, que vio la luz en Buenos Aires el 1° de octubre y se caracterizó por su moderación principista. Sin embargo, el periodista de filosa pluma se hizo notar para responder un artículo de Sarmiento en El Nacional, que se titulaba "¡Basta, Cané, basta!".
Luego de haber fundado en Montevideo y Buenos Aires diversas instituciones de carácter histórico, político y literario, este benemérito de la cultura rioplatense falleció en Mercedes, Buenos Aires, el 5 de julio de 1863.
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