Cuando el amor falta a la cita
Quienes somos carne de diván a veces merodeamos con curiosidad los arrabales de la teoría psicoanalítica (la práctica ya nos pasa por el cuerpo). Acaso con la esperanza de esclarecernos un poco más sobre los mecanismos de nuestras desdichas, hojeamos esos textos de oscuridad impenetrable para el neófito, donde el lenguaje nombra las cosas de otra manera, y la "escritura", entonces, se convierte en un acto oral, un "nudo" no es un impedimento y el "goce" se revela como un primo peligroso del placer. Pero de tanto en tanto se abre un claro en la intrincada jungla conceptual, entra la luz y el lector no especializado puede ver y tomar lo que allí hay de bueno para él.
Esos remansos, por fortuna, abundan en Fracasos del amor (Letra Viva), nueva edición del libro de Stella Maris Rivadero. El bello título no alude a las mil y una formas en que puede malograrse una relación de pareja, sino a ese amor primordial que debiera preceder (y presidir) el origen de cada vida humana; amor materno, para simplificar, pero que a veces se expresa con tales rugosidades, baches y malformaciones (o no se expresa en absoluto) que se reduce a semilla de ese fruto amargo que luego recogerá y estudiará el analista.
Hay dos puntos de especial interés en el libro de Rivadero: por un lado, las nuevas problemáticas que llevan los pacientes al consultorio (o el aumento de problemas ya conocidos, como los trastornos alimentarios), vinculados a la "subjetividad" de la época, y, por otro, el presente del psicoanálisis; un presente, se infiere, amenazado por la proliferación de terapias alternativas y la "prescripción indiscriminada de psicofármacos" que "tienden a uniformar al sujeto, borrando la singularidad".
Anorexia, adicciones, falta de deseo. Ansiedades y angustias de personas atrapadas en la red, presas inermes de la mirada implacable y la demanda voraz que multiplican hasta el infinito las tecnologías digitales. "Llegan a mi consulta cada vez más adolescentes y jóvenes -varones y mujeres, en mayor proporción estas últimas- excesivamente preocupados por la imagen de sus cuerpos, contando que tienen 'algunos retoques', dando por sobreentendido que se trata de cirugías estéticas, que no pueden nombrar por su nombre, anticipando que vendrán más con el paso de los años, y seguramente también con el avance de la ciencia", escribe Rivadero. Y lo que llama su atención no es la decisión de operarse para verse mejor, sino el hecho de que esas intervenciones, que ni siquiera pueden ser mencionadas como lo que son, no entren en el discurso de quien se analiza, sino que aparezcan como "hechos consumados" sobre los que no hay nada que pensar. Ni decir.
También, pacientes ("analizantes") incapaces de bucear en lo que les pasa, que no reconocen en el analista la autoridad que da un cierto saber. "No tienen confianza en el otro, ya que el otro de su historia les fue esquivo en su don de amor -explica Rivadero-. En consecuencia, se dificulta la capacidad de transferencia. Son sujetos que demandan permanente e insistentemente aquello que no es demandable, el amor del otro materno".
Una frase brillante suelta la autora en relación con la historia (de los individuos, de las naciones): el sujeto repite para no recordar. El sentido común suele hacernos creer que repetimos porque no recordamos. Pero aquí hay un matiz mucho más rico. Podría pensarse que repetir automáticamente aquellas acciones o ideas que en su momento dimos como respuesta a demandas de la realidad acaso duela menos que volver a hacer pasar por el corazón las escenas, las situaciones y las preguntas que nos inquietan, que alteran el equilibrio, que inoculan desasosiego. Pero la repetición, con el tiempo, horada surcos. Que no serán fértiles a menos que se transformen en huella, indicios en la dolorosa y apasionante pesquisa de nuestra propia identidad.