Dejar huella
CALCUTA, India.- A veces en un único gesto late el sentido de toda una especie. Por caso, esta imagen. El esqueleto de una construcción en las afueras de Kolkata, India: encastre de tubos anodinos, manchas de corrosión, polvo de cemento. Sobre una tarima, un obrero se inclina para recibir el material que le alcanza un colega. Son dos trabajadores indios, inmersos en una tarea corriente; dos entre tantos, miles de millones, que en cada rincón del mundo levantan, cada cual a su modo, tantas y tan diversas construcciones. Somos la especie de la palabra, del miedo a la muerte, del sueño de trascendencia. Somos, también, artífices de la perversión, de la furia mortífera que aniquila a propios y ajenos. Ángeles con el rostro de un demonio, demonios con el rostro de un ángel. Y con esa carga -a pesar y por ella-, somos los hacedores. Seres del sudor, nacidos en el trabajo con el que moldeamos al mundo y dejamos huella.