Mapa de creencias. El boom espiritual de los argentinos
La multitudinaria concentración para escuchar a Sri Sri Ravi Shankar en Palermo es sólo la cara más visible del fenómeno de la nueva espiritualidad, ya instalado con fuerza entre la clase media argentina
Unas 120.000 personas pasaron el domingo por los bosques de Palermo, lugar elegido por el gurú indio Sri Sri Ravi Shankar para guiar una meditación mundial en forma simultánea con 300 ciudades bajo el nombre de "El planeta medita". Y durante esos veinte minutos de silencio, dicen los adeptos, la ciudad de la furia se convirtió como por arte de magia en la capital del amor. Difundiendo técnicas de respiración para "brindar estabilidad emocional y enfrentar el estrés", el creador de la Fundación El Arte de Vivir logró instalarse en la vida cotidiana de los argentinos, al menos por estos días. Claro que, como en todo fenómeno masivo, las aguas no tardaron en dividirse: idolatrado por sus seguidores, venerado por la farándula, el líder espiritual también sembró a su paso algunas cuotas de escepticismo. ¿Era necesario el raid mediático? ¿No es acaso la espiritualidad un suceso silencioso, personal, a puertas cerradas? ¿Cuál es el costo de la masividad , de someter la experiencia espiritual a la lógica del espectáculo?
Lo cierto es que el boom espiritual es irrefutable y no es éste el único camino que, desde hace tiempo, echó anclas en el país alejándose de la clásica idea del despojo y el sacrificio. Alcanza con dar un vistazo al mapa de creencias actuales para identificar un abanico de prácticas que ofrecen desde restringir la alimentación hasta lo irreductible y repetir sílabas sagradas para poner la mente en blanco, hasta visualizar lo que deseamos, entrar en contacto con otras dimensiones, enterrarse en un iglú a oscuras o invocar lo divino a través de la imposición de manos... De la comida viva a la meditación trascendental; de los maestros magnéticos a la disciplina china de Falun Dafa; de los rituales chamánicos a las transmisiones de energía: todos tienen escuelas, espacios y seguidores que interpelan cada vez más a distintos sectores de la sociedad argentina.
Esto no implica que las religiones tradicionales desaparezcan del horizonte de creencias, pero sí que hoy por hoy ya no son tan claves como organizadoras de los vínculos sociales. Y aunque los prejuicios ante las nuevas camadas espirituales persisten –como si hubiera desconfianza ante todo lo que escapa al monopolio de las religiones hegemónicas– la idea de trascendencia se va fragmentando y asume formas innovadoras. En términos de sociólogos como Fortunato Mallimaci, esa resistencia tiene que ver con el lugar histórico de la Iglesia en cuanto a legitimadora de creencias y es eso, justamente, lo que de a poco comienza a resquebrajarse. No porque las personas abandonen el apego religioso que traen desde la cuna (aunque muchas, en efecto, lo hacen) sino porque permiten que ingresen cosas nuevas. De pronto se percibe algo relacionado con el "nomadismo religioso" del que ya hablan varios sociólogos en el mundo. ¿El resultado? La posibilidad de creer sin pertenecer.
En Buenos Aires, pasada la primera ola new age de los años ochenta, cuando la primavera democrática invitaba a poner el foco en la subjetividad, los nuevos actores espirituales se instalaban en el marco de un recambio social y generacional. Echaban mano a recursos de la industria masiva para volverse accesibles y ya no distinguían entre sectores sociales. Antes, quienes tomaban los cursos que absorbían restos de la contracultura de los años 60 eran los mismos que los dictaban. Ahora, el espectro se amplió: la clase media se siente especialmente interpelada y, en lo que va del año, más de 24 mil personas pasaron por varios de estos cursos y disciplinas. Según la primera encuesta de CEIL-Conicet sobre Creencias y Actitudes Religiosas en la Argentina, "soy religioso a mi manera" y "me relaciono con Dios sin intermediarios" son las dos frases que resumen las formas de vivir la religión en buena parte de la sociedad argentina contemporánea.
Todo este asunto se ha vuelto cercano, cotidiano, posible. Lo vemos a diario: ya no es obligatorio optar por uno u otro sistema. La misa convive con las respiraciones; las festividades judías con la repetición de mantras, el turismo místico es una opción válida para recrear antiguas ceremonias y cada vez es más común la recurrencia de cruces, vírgenes y Ganeshas en un mismo lugar, sin que haya objeciones al respecto. Cuentapropismo religioso, como lo llamó Mallimaci: cada uno elabora su trayectoria y elige cuáles compromisos asumir y cuáles no, en qué instituciones quiere buscar sus bienes simbólicos.
Pero estas disciplinas, además, vienen a ocupar el lugar de las psicoterapias tradicionales. Quienes se acercan a ellas buscan una forma de inmanencia, algo tangible para enfrentar sus problemas. En este nuevo paradigma, ya no se piensa sólo en los términos de lo corporal, lo mental y lo psicológico: lo que se ofrece es un bienestar global que pueda hacer frente a todo. Importados de Oriente, Estados Unidos y América latina (ninguno nació en la Argentina), los caminos combinan pensamiento positivo, cuidado del cuerpo, alimentación responsable y ecología, bajo la forma de una silenciosa revolución cultural. Muchos, incluso, levantan las banderas del cambio interior como paso previo a la mejora social. Aunque varios los critican en cuanto a las posibilidades de acceso (no siempre son para todos) y otros tantos profundizan desde la biopolítica (¿estar bien uno implica estar bien con el resto?), tal vez la mirada más interesante sea la que elige no cerrar filas sino abrir el juego.
Por eso, tomando como marco de referencia al sociólogo Alain Touraine –que habla de cambios culturales que llevan de una "sociedad de conquistadores a otra de autorrealización", o a Julia Kristeva, que en su libro Esa increíble necesidad de creer plantea que la necesidad de creencia es una constante en la historia en cuanto a búsqueda de la verdad– para la investigación de mi libro Buscadores de fe decidí meterme en el tema desde el lugar del observador-participante. De alguna manera, la posición más honesta que pude encontrar a la hora de aceptar el desafío de dar cuenta del fenómeno… desde adentro.
El denominador común como puerta de entrada a estas búsquedas es la crisis personal, así les sucedió también a los protagonistas de mis relatos. Y otro denominador común: en todas estas propuestas hay algún tipo de ceremonia; en todas alguien a quien rendir pleitesía; en todas ciertas reglas que remiten y reformulan, con mayor o menor conciencia, la matriz judeo-cristiana de un espacio sagrado, interior y personal. Ese que define cualquier instante de mística. Ese que encontré yo también un día, en pleno trabajo de campo, cuando arrodillada ante un altar con las manos sobre unas "paducas", me largué a llorar. Esa tarde, entendí que la investigación también podía enfrentarse al anhelo de la empatía. Que contra todo pronóstico, no estaba mal dejar que ocurriera. Lo importante no era obtener respuestas sino generar preguntas.
Mi desafío, en todo caso, era tratar de entender: qué sucede en este momento, en este contexto, cuando ni las instituciones religiosas ni el psicoanálisis parecen suficientes para determinados sectores de la sociedad. Quería acercarme a la espiritualidad contemporánea sin prejuicios. Unas 120.000 personas reunidas, todas juntas, aunadas en la necesidad de aferrarse a un gurú que ofrezca respuestas, son prueba suficiente: algo se está moviendo en nuestro sistema de creencias. Algo que valía la pena investigar, convertir en libro, algo digno de ser narrado.
El tesoro que encontré del otro lado del puente puede reducirse a una sola perla, la única certeza que tengo: que todos, de una u otra manera, buscamos lo mismo.
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