El misterio de las reuniones secretas
Hay secretos históricos que me apasionaron desde la niñez y sobre los que cada tanto pensaba o les hacía comentarios a mis compañeros de escuela. Lo seguí haciendo hasta la adolescencia. Ya de adulto fueron surgiendo otros misterios que suplantaron a los primeros. Entre los enigmas tempranos estaba la entrevista de Guayaquil de los generales San Martín y Bolívar. ¿Por qué San Martín permitió que fuera Bolívar el paladín de la liberación de América? A principios de la década de 1950, las maestras nos decían que nada de cierto se sabía sobre ese encuentro. Nos hablaban de "conjeturas".
Cuando asesinaron a John Fitzgerald Kennedy y Jackie dijo que había dejado un documento sobre todo lo que ella sabía acerca de ese asunto, pero que esa declaración solo se daría a conocer cien años después del magnicidio de su esposo, yo tenía más de veinte años. El cálculo era fácil: no tendría ninguna posibilidad de enterarme de la verdad sobre un hecho de esa importancia. Me iría del cine antes del fin de la película.
Ahora hay dos misterios que me inquietan. Aunque no exageremos: inquietarme de verdad, solo uno.
Hace diez días que Los dos papas se estrenó en Netflix. El sábado 21 la vi. Era casi tan banal como me la imaginaba. Jamás se me habría ocurrido que el cardenal Bergoglio, antes de la renuncia de Benedicto XVI, le fuera a enseñar a bailar el tango a Ratzinger delante de los guardias suizos.
En el film, hay un diálogo entre Ratzinger y Bergoglio sobre el secuestro de los jesuitas villeros que es el punto más oscuro del relato; el resto se centra en la espléndida actuación de Anthony Hopkins y Jonathan Price. De todos modos, esa conversación en el más alto nivel del Vaticano me hizo pensar en lo que de verdad se deben de haber dicho los dos papas en sus encuentros.
Voy a mi actual secreto histórico. Conjeturemos: ¿qué se habrán dicho Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández en la primera entrevista que tuvieron después del hostil distanciamiento que quebró por largo tiempo la otrora estrecha amistad del hoy presidente y su vicepresidenta? ¿A quién se le habrá ocurrido la jugada maestra del renunciamiento de la expresidenta a la quinta de Olivos? Chapeau. ¿Cómo ella convenció a Alberto de ser candidato a la presidencia y de tenerla como vice? ¿Él aceptó ese don por ambición, por amor a la causa, por la patria? Hoy los políticos no juran por la patria: las abstracciones no entablan juicios ni dictan sentencias. Lo hacen los jueces por sorteo. Y los jueces investigan hasta las últimas consecuencias. Cuando llegan a estas, se detienen y esperan el semáforo verde.
Alberto Fernández es muy inteligente y no ignoraba que ese gesto de grandeza de Cristina, esa mano tendida apenas podía sostener el regalo que le ofrecía. Él sabía que iba a necesitar los superpoderes de un superhéroe para aceptar lo que llevaba implícito ese acuerdo triunfal o letal. No retrocedió. Es verdad, detrás de él, como en los westerns, Cristina lo apoyaría espalda contra espalda para enfrentar a los enemigos de adentro y afuera. Jano, el dios de dos caras, puede ser impredecible. ¿Y si la divinidad se da vuelta?
¿Qué une a esos dos seres tan distintos? ¿Acaso la ingenuidad o la mala fe que los hace pensar en ellos mismos como los líderes de una gesta homérica? ¿El remordimiento por los seres queridos que han sacrificado en aras del pueblo? ¿La abnegación cívica? ¿Quizás algo que muy pocos saben y que va más allá de la pasión por el poder? ¿Qué enigma, amenaza, espejismo o arrepentimiento se pusieron sobre la mesa? ¿Qué silencios se canjearon? ¿Y si fuera un ataque de responsabilidad?
Ese secreto kirchnerista cambió la historia argentina. Me gustaría que se develara mientras aún estoy vivo, ya que gobierna literalmente mi vida.