El Santo de la Espada y la mano de Dios
Los hombres necesitamos héroes -escribió Carlyle- figuras icónicas que representen lo mejor de nuestras sociedades. Buscamos inspirarnos en sus actos y reflejar en ellos los valores más preciados que tenemos.
Tan importantes resultan que, si no llegamos a poseerlos, los construimos. Exageramos hazañas, convertimos vidas apenas sobresalientes en mitos idealizados y transformamos pequeñas guerras en gestas heroicas. El azar lo confundimos con estrategia y a la ambición de poder desmedida la transformamos en altruismo patrio.
Pero hay casos que sorprenden hasta a los más escépticos. Vidas entregadas a una causa sincera, llenas de convencimiento y correlación entre lo pensado y lo hecho. Hombres cuyos actos, nobleza y desinterés no necesitan ser magnificados ni purificados. San Martín es una de esas anomalías en donde la persona y la leyenda se funden en una misma realidad.
Por eso su figura escala aún hoy en nuestras preferencias nacionales. La fe en el "santo de la espada" prevalece sobre la "mano de Dios" en las encuestas que miden el rating de la argentinidad. Merecido reconocimiento a Don José, que tuvo claro el horizonte trascendente al que dirigía sus acciones. Desde el momento en que volvió a pisar Buenos Aires, 29 años después de su partida, sólo dejó que una visión marcara el ritmo de sus actos: "Seamos libres, lo demás no importa nada". El militar que había combatido en Europa y África se convertía en un brillante revolucionario americano. El cruce de los Andes se desprende de nuestro imaginario como la más grande de sus hazañas, cuando tal vez las acciones que lo precedieron realcen aún más la espectacularidad de su empuje y determinación.
La fe en el "santo de la espada" prevalece sobre la "mano de Dios" en las encuestas que miden el rating de la argentinidad
En un estado latente de anarquía y guerra, administró una provincia para ponerla al servicio de un ejército que debió construir desde sus cimientos. Aquí no hubo un plan coordinado y articulado por una jefatura revolucionaria poderosa y centralizada. Sólo fue la capacidad del Libertador para pensar y planear a gran escala, abstrayéndose de rencillas internas y disputas de poder erosionantes, la que hizo posible la lucha por la independencia continental.
El panorama interno en el que debía navegar lo llevaba a pensar, con una lamentable precisión, que el verdadero reto comenzaría el día en que el último "godo" hubiera dejado América y la furia de las armas explotara entre hermanos.
Estando en Chile, mientras preparaba la invasión del Perú, recibió la orden de Buenos Aires de llevar su ejército a Santa Fe para apaciguar a Estanislao López. Desobedeciendo la disposición y sin moverse de tierras trasandinas, le escribió a Artigas, aliado del cuadillo litoral: "Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón."
Tratar de transmitir lo que éste hombre significó e hizo por todos nosotros es un ejercicio difícil
Años después, cuando la historia ya había recibido la entrevista con Bolívar en Guayaquil como uno de sus grandes misterios y el Perú despedía a su Protector con la amargura que sólo un trabajo incompleto puede generar, San Martín partía al exilio reflexionando que América únicamente podría ser gobernada por medio de un "brazo hachero". Allí ya no había lugar para él.
"Nos echarán de menos antes de que pase mucho tiempo" le dijo a O`Higgins, entremezclando decepción con tristeza. Tratar de transmitir lo que éste hombre significó e hizo por todos nosotros es un ejercicio difícil. Poco se puede agregar a la monumental biografía de Bartolomé Mitre, que sintetiza en su título al héroe y su obra: Historia de San Martín y de la emancipación Sudamericana. Quizás solo nos reste añadir que su abnegada determinación por nuestra libertad merece un rato de nuestro fin de semana largo para ser debidamente recordada y agradecida.
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