La elegía de los héroes
Las conmemoraciones por el 75º aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz tuvieron el lunes un episodio aparte. En Berlín, al frente de la orquesta Staatskapelle, Daniel Barenboim dirigió un concierto de homenaje, al que asistieron Angela Merkel y el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, con dos piezas: Un sobreviviente de Varsovia, de Arnold Schönberg, y la Sinfonía Nº 3, "Heroica", de Beethoven. Las causas de esta elección pueden entenderse un poco demasiado superficialmente: una pieza que alude directamente al período nazi y la obra de un compositor del que los nazis pretendieron apoderarse.
Probablemente, la respuesta no esté únicamente en cada obra, sino en la relación entre ellas -en un arco que va de 1803 a 1947-, lo que, claro está, trae consigo la singularidad de cada una de ellas. La dedicatoria inicial de la "Heroica" a Napoleón Bonaparte instaló un malentendido secular acerca del carácter de la sinfonía, y eso a pesar de que ya muy pronto Hector Berlioz se atareó en despejarlo. Escribió: "Se ve, pues, que no se trata aquí de batallas ni de marchas triunfales, como muchos, engañados por la mutilación del título, han debido suponer, sino de pensamientos graves y profundos, de melancólicos recuerdos, de ceremonias imponentes por su grandeza y aflicción; se trata, en suma, de la 'Oración fúnebre' de un héroe. Conozco pocos ejemplares musicales de un estilo en el cual el dolor haya sabido conservar constantemente formas más puras y más llenas de nobilísima expresión". Incluso en la marcha fúnebre, se mantiene a raya el dolor; un dolor que es elegía por el héroe muerto. No es Napoleón, es cualquier héroe, aun aquel cuyo nombre no conocemos, aun el arquetipo del héroe.
Cinco años antes de Un sobreviviente de Varsovia, en plena Segunda Guerra, Schönberg compuso Oda a Napoleón, sobre el poema de Lord Byron. También en este caso el nombre es engañoso. La explicación demanda una precisión técnica. Schönberg parte de una serie (en reemplazo del extinto orden tonal) que, sin embargo, se apoya en la tonalidad de mi bemol mayor, que es la misma tonalidad de la Sinfonía "Heroica" de Beethoven. La tonalidad nunca se instala, pero la alusión da mucho que pensar. Pasado en limpio, y sin incurrir en referencia técnicas, Schönberg se toma la libertad de ir en contra de su propia técnica y, por eso mismo, con esa condición cadencial, despunta la nostalgia por lo perdido, la tonalidad, es decir, la jerarquía de los sonidos de una escala.
Al maestro Barenboim no se le habrán escapado estos detalles. Finalmente, la elegía no se declara como un discurso -a la manera del insufrible cancionero de protesta-, sino que es invención formal.
Una semana de agosto de 1947 le llevó a Schönberg escribir Un sobreviviente de Varsovia. Si bien el compositor había trabajado siempre rápidamente, esta vez la urgencia fue evidente. Unos meses antes, en mayo, la American Academy of Arts and Letters lo premió por su faena. Schönberg concluyó su carta de agradecimiento con estas palabras: "Estoy orgulloso de aceptar esta distinción, que se me entrega por la presunción de que he logrado algo. Por favor, no piensen que es falsa modestia si afirmo que tal vez he logrado algo, pero que no me corresponde a mí el mérito. El mérito pertenece a mis enemigos. Fueron ellos quienes realmente me ayudaron".
Schönberg compuso la pieza en un aislamiento singular, y alejado de la tierra vienesa en la que su poética había nacido. Esta es una lección que los falsarios no terminan de aprender nunca, precisamente porque su negocio consiste en el comercio con el presente: no se escribe con el viento a favor del presente, sino contra la resistencia de la historia. Por eso no sería exagerado decir que la autenticidad del arte, acaso incluso su progreso, se funda en la reacción.