La eterna memoria de las bibliotecas
Jacques Lacan decía que sin la reina Victoria no hubiese existido el psicoanálisis. Bajo su extensa monarquía, buena parte del siglo XIX, asomó una férrea moral puritana que reprimió el deseo. El resto lo hizo Freud. No fue su único legado. En esos años de asentamiento del imperio británico –posteriores a la revolución industrial– nacieron en la literatura las fiebres del romanticismo y las fantasías eróticas y los horrores del gótico. De Lord Byron a Percy B. Shelley, de William Wordsworth a John Keats, de Lord Tennyson a Charles Dickens, de William Blake a las hermanas Brontë.
La British Library acaba de reunir en su plataforma online cartas, manuscritos originales, diarios privados, crónicas de época e ilustraciones de ese período. Más de mil doscientas piezas conforman Discovering Literature: Romantics and Victorians, que se propone inspirar a futuros lectores poniéndolos en contacto con los grandes clásicos.
Cuando la especie humana se extinga –soñó Borges–, la biblioteca perdurará, infinita y perfecta. Será la vana memoria de los hombres.
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