Los viejos riesgos de América latina
Con la reelección de Cristina Kirchner se cerró el año electoral en América latina, que no ha deparado mayores sorpresas. El mapa político de la región sigue siendo más o menos el mismo, y se prevé una continuidad en las políticas económicas y sociales, aunque con los cambios impuestos por la crisis internacional. No todo seguirá igual, como lo advirtió la presidenta argentina en su diálogo con los industriales, cuando anunció que no habrá aumentos salariales desmedidos, que las empresas no serán obligadas por ley a coparticipar ganancias, que no habrá restricciones al giro de utilidades empresarias al exterior y -lo que es lo más importante- que el Gobierno tendrá una posición más firme en la lucha contra la inflación. Un lenguaje similar se habla en el resto de los países latinoamericanos, que se ven obligados a ajustarse los cinturones ante los embates que vienen del Norte.
La democracia está afianzada en América latina, aunque siempre amenazada por viejos y nuevos males como la corrupción, una violencia cada vez más salvaje, el narcotráfico, las grandes desigualdades sociales y antiguos resabios como el caudillaje y la tendencia a la reelección indefinida de los gobernantes, aunque haya que reformar la Constitución. A este último fenómeno el pensador político argentino Guillermo O'Donnell lo denominó "democracia delegativa", que consiste en prescindir del control parlamentario, de la Justicia y las auditorías, atacar al periodismo independiente, gobernar por decreto y acumular en la figura presidencial o el partido gobernante un poder político cada vez más mayor. Las "democracias delegativas" tienen legitimidad de origen, porque son elegidas por el voto popular, pero son muy poco republicanas, muy poco afectas a la división de poderes, al debate de las ideas y a la alternancia de diferentes partidos en el gobierno. La imagen de "el señor presidente" que describió el escritor guatemalteco Miguel Angel Asturias en su celebrada novela parece haber regresado, aunque revestida de otras formas más modernas de hacer política.
Hay países de la región donde los sistemas políticos y los controles republicanos funcionan un poco mejor, como Chile, Brasil y Uruguay. México goza de una gran estabilidad política, y se prevé para este año un retorno del viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno, aunque ahora despojado de esa mácula de partido único que exhibió durante décadas. Las ínfulas del venezolano Hugo Chávez, un típico "señor presidente", parecen haberse aplacado, y el peruano Ollanta Humala está gobernando con más moderación y realismo de lo que se creía al principio. La Argentina ocupa un lugar intermedio, entre otras cosas porque sigue siendo un país imprevisible. Tiene una democracia que lleva más de 28 años, pero sigue siendo un país conflictivo, en el que la dispersión del poder político es una amenaza constante a la estabilidad institucional.
Y el "poder kirchnerista" no es inmune a este mal congénito. Cristina Kirchner obtuvo el 54% de los votos, una mayoría más que suficiente. Pero vale el recuerdo de Juan Domingo Perón, que en 1973 superó el 60% y no pudo controlar los desbordes del movimiento que lo llevó al poder, situación que se agravó con la muerte del líder al año siguiente. Y el riesgo actual es parecido, ya que se advierte un larvado conflicto del Gobierno con los sindicatos, las provincias y otros sectores.
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