Mensajes para un adiós imposible
En una semana comienza el Festival de Cannes, y el afiche oficial, que se conoció hace poco, ya nos hizo felices a unos cuantos. "Agnès a la luz de un sol brillante", lo llamó Flore Maquin, su diseñadora. Ahí está: un radiante fondo rojo, anaranjado y amarillo en torno a la imagen de una Agnès Varda en pleno rodaje de su primera película, encaramada sobre un asistente y a la pesca de una toma que, intuimos, podría haber sido imposible, pero no.
La hermosa, tierna, lúcida, chispeante, luminosa, visionaria Agnès. El 29 de marzo, hace casi nada, supe de su muerte cuando, a poco de despertar, leí el mail de una amiga: "Ay, Diana, qué dolor, pero qué vida bien cumplida", decía. Así me enteré. La más joven de todas había fallecido a los 90 años. Durante aquel mismo día, JR, el artista con el que filmó esa maravilla que es el documental Visages villages (nominado a un Oscar el año pasado), subió a su Instagram la imagen de una Agnès de cartón -su mismo gesto, la sonrisa divertida, el cabello rojiblanco- prendida de unos globos que la llevaban alto, muy alto.
"¿No vas a escribir nada?", me preguntaban hace un mes quienes conocen mi gusto por el cine de Varda. Por su cine y por ese modo de mirar al mundo que siempre fue como una caricia sabia. No, al menos hasta ahora, no había escrito nada. Aunque la Varda siempre anduvo por ahí, revoloteando en el adiós que aún no puedo dedicarle.
La encontré -otro correo, otra amiga- en una entrevista subida al sitio de la feria Paris Photo. Varda, en inglés, revisa su vínculo con la fotografía, también marcado por su espíritu curioso, inconforme y festivo, e iniciado antes de lanzarse a las aguas del audiovisual. "Cada persona es única cuando mira", explica, mientras la cámara nos muestra una de sus fotos: una niña en el campo, los ojos limpiamente abiertos al mundo.
También en el último mes me llegó un corto que había olvidado y que hoy circula por YouTube. Varda lo filmó en 1975, a pedido de Antenne 2; la ONU había proclamado el Año Internacional de la Mujer y el canal francés quería ofrecer una serie de producciones que interrogaran el sentido de lo femenino. La película se llamó Nuestro cuerpo, nuestro sexo y fue, en términos de su realizadora -y de acuerdo con lo que en aquel momento venían haciendo Chris Marker y Jean-Luc Godard- un "film-panfleto". Es decir: mensaje condensado, experimentación y contundencia artística, voz e imagen políticas. En el caso de Varda, todo esto se traducía en feminismo. Y en un modo de saltearse las convenciones, permitirse la liviandad de lo lúdico y decirle "no" en la cara al poder que aún en estos tiempos resulta de avanzada. "Sexualidad no es sex-shop. Voluptuosidad no es voyeurismo. Amor no es chantaje", dicen algunas de las mujeres que, junto con niñas, niños y algún bebé, aparecen en el film. "Hallarse en un cuerpo de mujer es vivir una enorme contradicción", explica una de ellas. "No soporto más ser amada por misóginos", exclama una belleza con porte de modelo. "¿Todas las mujeres quieren ser madres?", interroga un cartel. "Yo sí", responde la rubia que lo sostiene a izquierda; "yo no", asegura la castaña a su derecha. Y así avanza el cortometraje: con una voz de mujer que de vez en cuando -austera banda sonora- tararea una canción; con algún testimonio callejero, con el grupo de mujeres de todas las edades y cuerpos y estilos que van desgranando, entre preguntas, respuestas y unas cuantas risas, ciertas cuestiones de lo femenino. Lo intransferible que viene dado por el sexo; el deseo, la mirada del otro, la difícil apuesta a un encuentro. "Hay que reinventar la mujer", dice una de las participantes. "Entonces hay que reinventar el amor", contesta, en off, una voz masculina. "De acuerdo", responden todas. Creo que Agnès, la creadora de Jacquot de Nantes, La felicidad, Una canta, la otra no, y tantas otras, ya había empezado a hacerlo.