La obesidad se nos hacía una epidemia predominantemente urbana. Según los estudiosos de nuestro volumen corporal, las ciudades, con sus múltiples medios de transporte al alcance de la mano, sus trabajos sedentarios, sus supermercados en cada esquina, sus viviendas estrechas, y sus barrios populosos y transitados a toda hora eran el caldo de cultivo que favorecía la multiplicación de especímenes humanos tamaño extra large. El campo, en contraste, parecía el edén perdido de la vida natural, donde las verduras iban del surco al plato y las largas caminatas, los trabajos físicamente exigentes y la carencia de góndolas superpobladas de comestibles ultraprocesados favorecían el diálogo saludable entre genes y alimentación.
Pero hete aquí que un nuevo trabajo de gran escala publicado en Nature ahora muestra que la tendencia en obesidad y sobrepeso en las zonas rurales es igual o mayor que en las urbanas. Incluso en poblaciones vulnerables y alejadas de los grandes centros, el hambre, la desnutrición y la baja talla están siendo rápidamente reemplazadas por el exceso de peso en la mayoría de las regiones. Los especialistas cada vez tienen menos dudas: a la mesa, cuando retrocede la naturaleza, la modernidad se vuelve tóxica.