No es un avión ni es Superman
Los prodigios se encuentran en los lugares más inesperados y durante las actividades menos solemnes. Por ejemplo, cuando estás repantigado en una reposera observando el cielo. Es costumbre que tengo de siempre, porque el firmamento es un lugar de numerosas escrituras, y esa tarde vi algo muy inusual. Dos puntitos negros se movían lánguidamente a una altura imposible. No eran aviones ni tenían la espectacularidad cinematográfica que un buen ovni reclama.
Eran pájaros. Unos cirrus estáticos y helados allá arriba y unos altocumulus parsimoniosos más abajo me daban la pauta -preliminar, inverosímil- de que esas aves estaban volando demasiado alto. No podía adivinar qué eran, pero la pregunta surgió de inmediato. ¿Cuán alto puede elevarse un pájaro?
Otrora, habría debido esperar al lunes para ir a una biblioteca o para llamar a un experto. Ahora solo hizo falta que saltara de la reposera y abriera una notebook que, con misiones de suyo más gastronómicas, habita la isla de la cocina. Lo que encontré me dejó boquiabierto. En los pocos segundos que mediaron entre la duda y las respuestas había apostado mentalmente a números mucho más humildes. Tres mil metros, pongamos. Pero, de nuevo, la naturaleza me dio una sorpresa y una lección.
El campeón es el buitre moteado. Uno de estos pájaros, que pueden pesar hasta 9 kilogramos, entró en el motor de un avión de pasajeros a 11.300 metros de altura (una altitud de crucero estándar). La turbina se apagó, pero la nave pudo aterrizar sin novedad y el análisis arrojó este récord asombroso, aunque trágico, para una especie que está críticamente amenazada de extinción. En general, los buitres moteados vuelan a unos 6000 metros; la cima del Aconcagua está a 6960 metros sobre el nivel del mar.
Nuestros magníficos e inmensos cóndores, habituados a las cumbres, alcanzan altitudes de 6500 metros. Los observé, fascinado, el año pasado, en San Juan; también están casi amenazados. Bueno, ¿quién no está bajo amenaza en un planeta cuyos niveles de gases de invernadero siguen batiendo marcas, como si se tratara de una carrera ciega y demencial hacia el abismo?
En fin, volvamos a las aves. La grulla común, migratoria, franquea la Cordillera del Himalaya a 10.000 metros, desde donde -suponemos, aunque la bibliografía no lo pone de este modo- les hace pito catalán a las águilas.
La lista de los pájaros capaces de volar tan alto como un avión de línea y de sobrevivir a condiciones donde una persona perdería inmediatamente la conciencia y luego la vida -lista recolectada aquí y allá y con cierta prisa, este domingo- incluye al ánsar índico, el cisne cantor y la chova alpina, un tipo de cuervo, que, según el Archivo de Investigación Ornitológica de la Universidad de Nuevo México, es el que anida a mayor altura. Ánades y cigüeñas blancas también son capaces de desplazarse ahí donde nosotros necesitaríamos una máscara de oxígeno. Y un saquito.
Volví a mi reposera con esa sensación de aturdimiento que, una y otra vez, nos dejan las cifras de la vida en la Tierra. Según acababa de leer en un breve ensayo publicado por la Universidad de Stanford, el piloto de un vuelo comercial identificó una bandada de cisnes cantores sobre Irlanda del Norte a una altitud de 9570 metros. Supongo que para ese hombre fue un baño de humildad. O una epifanía.
OK, pero en general las aves no van tan arriba. ¿A qué altura se mueven todos esos pajaritos que (por ahora) alhajan nuestros cielos? Por debajo de los 150 metros, típicamente. Parecía un valor razonable, pero no podía dejar de pensar. ¿Cuál es el pájaro más veloz?, me pregunté. Anoten: en picada, durante sus clavados predatorios, el halcón peregrino alcanza los 320 kilómetros por hora. Sin casco ni nada.