Paz
"La parte que más me gustó fue cuando dijo que hay que darle una oportunidad a la paz."
(De Hugo Moyano, después del discurso de la presidenta Cristina Kirchner sobre las islas Malvinas.)
Aunque parezca mentira, hay gente a la que no le gusta la paz. Dicen que es un valor burgués, que adormece los sentidos, que le quita a la vida su carácter de gesta. En general, los pacifistas tenemos mala prensa. Cada vez que argumentamos en favor de la paz, con la amabilidad y la cautela propias de nuestra condición, nunca falta aquel que nos recuerde la frase equívoca pero cruelmente célebre de un escritor romano del siglo IV aparentemente bonachón, Flavio Vergecio Renato: "Si quieres la paz, prepárate para la guerra". ¿De manera que es bueno armarse hasta los dientes, gastar fortunas en misiles, gruñirles a los vecinos, decir bravuconadas, así que únicamente pertrechándose bien, coleccionando bombas y granadas y mostrando los colmillos se ponen los cimientos de una vida pacífica? ¿Qué clase de paz es la que pende siempre de una chispa para que todo salte de un día para el otro por el aire? ¿Cuál es el lado de los buenos cuando los vecinos, naciones y pueblos se preparan por partes iguales para amasijarse?
Nosotros, los que amamos la paz, pensamos que no se pueden hacer pasteles de cerezas con manzanas. Para la paz, nada mejor que una actitud pacífica. Allí donde hubo odio, bienvenido el amor para ir cicatrizando las heridas. Un simple gesto desinteresado en el sentido de la paz puede ser un gran salto hacia una convivencia fraterna.
Por eso saludamos con simpatía el gesto de Hugo Moyano. Verlo allí, en la primera fila del acto en la Casa Rosada, deponiendo rencores, rescatando la paz y olvidando agravios, nos parece un signo de esperanza. Sabemos que vendrán caras ceñudas y sañudas a tildarnos de ilusos, a decirnos que todo es estrategia, que este alto el fuego es parte del combate. No nos importa que nos llamen ingenuos. Lo nuestro es la fe ciega. Estamos persuadidos de que el reinado de la paz puede mover montañas.