¡Por qué no la cortan!
Falta poco más de un mes para el otoño. Falta mucho todavía para que la temperatura empiece a bajar. Vecinos y comerciantes, usuarios del servicio eléctrico en general, tienen una certeza: siempre que el termómetro marque más de 30 grados, se va a cortar la luz. O, por lo menos, las probabilidades de que eso ocurra son altísimas.
Se va a cortar. Los usuarios paranoicos empiezan a creer que es algo personal de la empresa distribuidora con su barrio, con su edificio o con ellos mismos. Otros se volvieron evangelizadores de una teoría a la que ya no le faltan argumentos: los cortes alcanzan a zonas distintas alternativamente, para que nadie pueda hablar de apagones, como en los 80. Como fuere, no hay remedio: cuanto más arriba de los 30° sube el mercurio, más chances de que la luz se corte un par de horas o un par de días. Algunos, más de una semana.
Se va a cortar. La certeza de la interrupción del servicio eléctrico pertenece al mismo género de convicción que tienen los vecinos de Belgrano o Núñez cuando llueve más de 30 milímetros en menos de una hora: saben que se van a inundar irremediablemente. ¿El 30 será el número maldito de los habitantes del área metropolitana?
Se va a cortar. Por eso, los usuarios se pertrechan: linternas, baterías, agua y hasta equipos electrógenos, el que puede o tiene más para perder. Si la temperatura sube mucho y los cortes se vuelven crónicos, algunas distribuidoras hacen gestiones para que los medios no reflejen la ira (de ese sentimiento se trata) de los usuarios y el Ministerio de Planificación anuncia el circunstancial nuevo récord de consumo eléctrico. Mientras, los usuarios -con enojo y frustración- seguimos sin luz. Y sin respuesta.