Qué barbaridad
Jamás me tomaría la pandemia en broma, aunque todos, con o sin Tik Tok, con o sin la Play, estamos buscando aligerar un poco la angustia y el encierro. Por eso, hoy, pongámosle a esto una pizca de humor.
¿Cuándo fue la última vez que prometí afeitarme? ¿El viernes? ¿Cuál viernes? No, en serio, ¿qué nos pasa a los hombres en estos días de aislamiento? Emancipados de la práctica cotidiana de afeitarnos, pasamos por alto que tarde o temprano vamos a salir a hacer alguna comprita o apareceremos en Zoom o en la tele, vía Skype. Y ahí estamos, casi todos con unas barbas de semanas, desaliñados o prolijos, pero, mal que nos pese, con unos añitos de más. Sí, muchachos, hagámonos cargo, la barba nos suma edad. O, como mínimo, nos disfraza con el curtido arquetipo del capitán de alta mar.
Hay honrosas excepciones, por supuesto, pero el aislamiento parece haber dejado en claro algo de una vez por todas. La mayoría de los hombres detestamos afeitarnos. No me pregunten las razones, porque solo conozco las mías. A mí me aburre soberanamente. No sé qué les ocurrirá a los demás, pero o nos ponemos las pilas y nos rasuramos como siempre o pronto esto va a parecerse a la Navidad, con clones de Papá Noel por doquier.