Rutina mata rutina
Cuando me siento a escribir estas líneas caigo en la cuenta de que es la mañana del día 94 del distanciamiento, confinamiento, cuarentena, o como les parezca mejor llamarlo. O sea que cuando las leas será la mañana del día 95. Anoche, hice tempura de pescado y vegetales. Anteanoche, para ser preciso. Gajes del oficio; así hablamos en los diarios, donde se oyen frases que al novato le suenan a sinsentido, como "hoy para nosotros".
Anteanoche, decía, hice tempura. Pero ya no tengo claro qué preparé el sábado. Ni hablar el viernes. Y eso que tengo buena memoria para esto, porque soy el que lleva el inventario gastronómico en casa. En mi cabeza, sin libreta ni Excel. En fin, noventa y cuatro días iguales producen este efecto. Poco a poco, la realidad se ha ido esfumando. Ya no es una realidad, diría. Es una niebla. Sin embargo, no es posible soltarle la mano al mundo y sanseacabó. Hacemos lo que podemos: leer el diario todos los días, como antes, levantarnos y acostarnos a las mismas horas, y así. Es extraño. Porque habría apostado a que más de tres meses sin salir de casa producirían una sobredosis de rutinas. Y no. Son las pequeñas rutinas las que, más o menos, nos vienen manteniendo con los pies en la tierra. Más o menos.