Todos a la caza del error del mensajero
Curiosa condición la del periodista de estos tiempos. El poder les cierra el acceso a la información, sus medios los despiden, o en el mejor de los casos, les recortan ferozmente los recursos porque ellos mismos como negocios están agotados, y la sociedad los juzga implacablemente porque no están actuando como solían.
Todos parecen ansiosos de señalar el error periodístico con un afán ejemplificador que no se ve con otros infractores, sin que quede claro a quién le sirve la pérdida de confianza en la profesión encargada de la información. Por estos días, si alguien difundió en su red social una información falsa, se encogerá de hombros y enjugará cualquier remordimiento con una nueva noticia compartida.
Si se trata de un anuncio oficial más tarde desmentido, se tomará como una licencia que tiene la propaganda para magnificar o escamotear un hecho en nombre del interés público o la seguridad nacional. Pero caemos implacables cuando el error le cabe a un medio, como si despellejar a un periodista o a un diario contribuyera a mejorar la calidad de la información.
Así discutimos intensamente la falta de El País al publicar una foto que no era . Pero la cuestión es que, con foto o sin ella, la información que necesitan conocer los ciudadanos hoy está como estaba. Este error no parece tan grave como el que llevó al mismo diario a publicar el 13 de marzo de 2004 la versión oficial sobre el atentado de Atocha.
En una red entonces incipiente, trazada con mensajes de texto y blogs, empezó a circular el pedido de enmienda que el diario publicó dos días después en una nota de la defensora de los lectores que se sigue estudiando en las escuelas de periodismo. Las redes sociales de hoy no permitieron que la falacia de anteayer llegara a estar publicada una hora y llevaron al diario a excusarse por el error el mismo día.
Se aceleran los tiempos, pero las mismas paradojas siguen irresueltas. Vivimos en un mundo sobreinformado, pero cada vez sabemos menos y más inciertamente de lo que hay que saber. Se exige con grandilocuencia a los medios que cumplan con sus obligaciones informativas , pero se tolera que las fuentes oficiales incumplan el mandato constitucional de la información pública.
Demandamos al periodista cada vez más a cambio de menos: los lectores les prestamos cada vez menos atención; sus patrones les brindan cada vez menos soporte; el poder les da cada vez menos autonomía. Suponemos poderosos a los débiles mientras tratamos como débiles a los poderosos. Seguimos sin tener claro el orden de prelación en la responsabilidad de la información pública. Medios y gobiernos se parecen en que el error puede fortalecerlos si lo asumen, o puede desgastarlos si lo niegan. Pero unos rinden cuentas éticas a sus lectores. Los otros, a la ciudadanía toda, y deberían ofrecer a sus mandantes algo más que declaraciones airadas.