Un encuentro fortuito
BRASILIA.- La modernidad, allá al fondo, es un sueño de Niemeyer hecho líneas puras, habitáculos precisos, amplias superficies vidriadas, simetría y delicado movimiento. La modernidad, ese sueño de la razón que supo crear unos cuantos monstruos, también se derramó en epopeyas, carreras contra el tiempo y a su favor, gritos de furia. Y cimas de una alegría que muchas veces fue efímera, aunque sus ecos nos sigan acunando. Hubo un día, hace mucho, mucho tiempo, en que un urbanista, un arquitecto y un presidente se embarcaron en el proyecto de una ciudad a la que André Malraux llamó "capital de la esperanza". Brasilia nació con la palabra utopía inmersa en cada uno de los gestos que le fueron dando forma. Y como tantas otras veces, del sueño apenas quedó un rastro agridulce. O el módico enigma de esta foto, encuentro fortuito de unos ñandúes y una residencia presidencial sobre los trazos de un futuro que no fue.