Editorial II. Muerte o transfiguración del CBC
Declaraciones recientes del rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA) confirmaron el próximo reemplazo del Ciclo Básico Común (CBC), una medida que se viene anticipando desde 1995. La iniciativa se funda en razones de agotamiento del modelo de universidad que se mantenía desde la década del sesenta, si bien el CBC no fue instrumentado en aquellos años, sino que se presentó encabalgado con el ingreso irrestricto, vigente desde 1984.
Ese vínculo dio razón a que se lo viese como un instrumento de nivelación de conocimientos necesarios para la educación superior. Así, también, se lo juzgó como un medio equilibrador del ingreso formal en las carreras, a modo de un contrapeso que contribuyera a neutralizar los efectos de la eliminación de los regímenes de ingreso con examen o cupos. Los sectores más críticos lo juzgaron como un conjunto de contenidos que aportaba muy poco a la capacitación profesional y alargaba la duración de los estudios, al menos en un año.
Lo cierto fue que, a pesar de las críticas, el Rectorado de la UBA mantuvo el CBC casi como un símbolo de su gestión. Ahora, las autoridades de nuestra máxima universidad reconocen que debe ser sustituido de acuerdo con una reforma ambiciosa, que procura reducir el tiempo de los estudios, permitir la obtención de otros títulos intermedios -lo que favorecería la inserción laboral más temprana- y, lo que es más importante, reestructurar la formación académica.
Dicha formación se organizaría así: dos años troncales, cuya aprobación permitiría la obtención de un primer título; seguirían luego otros dos años y medio (ciclo profesional) para alcanzar el título de grado. Finalmente, las especializaciones se lograrían en el posgrado arancelado que significaría otro bienio de estudios, en el cual se llegaría a la verdadera habilitación.
En cuanto a las materias introductorias que componían el CBC, se distribuirían en el plan de materias troncales. Cabe pensar que, o bien los contenidos del CBC son válidos, y aquí no hay reemplazo sino redistribución, o no son válidos y, entonces, no se justifica su perduración.
Bienvenida toda voluntad de cambio, aún cuando sea tardía y vaya notoriamente a la zaga de la acelerada transformación tecnológica y económica que deben enfrentar los jóvenes profesionales. De todos modos, la reforma no está todavía concretada ni mucho menos. Habrá tiempo, pues, para que el tema sea analizado a fondo, en el contexto de un debate amplio y exhaustivo. Dicho sea de paso, la causa aducida por el rector de la UBA (evitar problemas de procesamientos de matrículas) resulta, desde ya, insatisfactoria.
Hay algo que no puede dejar de señalarse en esta etapa. Ya que la organización actual se sustenta en la descentralización, el abandono de los verticalismos y la promoción de redes de funcionamiento, debería evitarse todo lo que conduzca a uniformidades anacrónicas inconciliables con el criterio de flexibilización que se invoca para fundamentar la reforma. El interminable litigio entre el Rectorado y el Decanato de Medicina, en el cual el conflicto de siglas tiene todavía incierto el destino de 7000 estudiantes, proporciona un claro ejemplo de lo que debe evitarse.
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