Mundos paralelos
DUBLÍN, IRLANDA.- En La posibilidad de una isla, Michel Houellebecq imaginó el más allá de nuestra especie. Ocurrida la gran hecatombe, los pocos sobrevivientes asistirían a una brutal vuelta de taba: verían a las grandes capitales hundirse, colonizadas por la vegetación, y a los animales marcando nuevos territorios de dominio. Para qué habrán derrochado energía los sensibles del ecologismo, se preguntaba la pluma ácida del escritor, si la naturaleza se iba a saber defender solita. Muy otra es la realidad de esta manada de ciervos en las cercanías de Dublín. El bosque, suponemos, está cerca. Hay un mundo de césped y de árboles y de grúas ronroneando no tan lejos. Un mundo de humanos y cámaras a las que los ciervos no parecen dar demasiada entidad. La naturaleza casi indistinguible de la cultura. Y la sospecha, punzante como una ironía de Houellebecq, de que en ello anida un nuevo tipo de barbarie.