Musulmanes y cristianos, por una cultura del encuentro
Mientras volaba de Beirut a Ezeiza, en la ciudad que acababa de dejar, dos bombas de una facción islámica dejaban medio centenar de personas muertas y familias desahuciadas. Al día siguiente, siete atentados del mismo grupo en París asesinaban más de cien proyectos personales y sociales de vida, de creación, de arte y de amor. Todo tiene que ver con la guerra en Siria.
Allí, en el Levante, así llamado porque desde esa costa mediterránea el sol se alza cuando miramos las cosas desde Italia, se libra una nueva batalla del combate de varios siglos por el control del islam. Los del sector sunnita, mayoritario y respaldado por los petrodólares de Arabia Saudita, se enfrentan a los chiitas, apoyados por Irán. Si hubiera un solo jefe de la fe de Mahoma, dominaría pueblos en los territorios de los antiguos imperios otomano, persa y árabe, Turquía, Asia Central, la península arábiga, Pakistán, parte de la India, China y Rusia. Los combatientes sunnitas arman y desarman grupos y siglas con ese propósito: Al-Qaeda, el Nusra, el Daesh, Isis, Estado Islámico. Los de la Shía tienen a su vez un movimiento político y social con un brazo armado en Líbano, Hezbollah, de fuerte vínculo con la teocracia iraní. A pesar de ser libanés, Hezbollah combate en Siria del lado del dictador Bashar Al-Assad, contra los sunnitas. Por eso Beirut sufrió los atentados criminales de hace unos días en sus barrios controlados por la milicia chiita.
¿Qué hacen entre tanto los cristianos? En Líbano, país educado, pujante, centro de intercambio de bienes, de comercio, de servicios y de personas, un tercio es cristiano. Algunos de ellos, de un nacionalismo católico, se han aliado con Hezbollah; otros, con los sectores sunnitas. De esa manera, consideran algunos intelectuales, cumplen un rol de equilibrio. Los más sofisticados dicen que su ideal sería lograr que en lugar de identificarse con etnias y religiones, todos pudieran considerarse ciudadanos con iguales derechos y con respeto de las identidades ajenas. Sin embargo, por ahora sólo han logrado que el equilibrio paralice al Parlamento e impida la elección de un nuevo presidente, lo que genera un peligroso vacío de legitimidad a corto plazo. Además, el equilibrio pareciera para ellos siempre inestable, porque creen que la guerra interna del islam seguirá siempre.
En el vecino país, Siria, tras casi dos años de idas y vueltas de los norteamericanos que decían combatir tanto al dictador chiita Al-Assad como a los sunnitas de Estado Islámico, el zar ruso atacó con dureza y precisión a estos últimos. Putin decidió defender a Al-Assad, hijo de otro dictador militar formado en Rusia. En el terreno, todos están felices con la acción decidida y efectiva de Putin, a la que comparan con la falta de éxitos estadounidenses. En realidad no todos se alegran, pues algunos sabios del Líbano temen que el ataque ruso a Estado Islámico sea percibido como una ofensiva cristiana. Así lo perciben muchos rusos y los sunnitas que hicieron los atentados en la ciudad de París, a la que seguramente identifican con el cristianismo.
Un problema serio que dificulta la salida es que los orientales árabes y persas piensan como los rusos, los chinos y los indios en términos de siglos. Para un movimiento histórico de algunos siglos, las vidas de personas de hoy no valen casi nada. Curiosamente, el único camino de solución puede consistir en buscar coincidencias para el largo plazo. Lo que no se puede arreglar en el marco chico del presente, tal vez pueda lograrse en el cuadro más amplio del futuro. El desafío de los musulmanes moderados y de los cristianos sensatos, sería confiar en la fuerza transformadora del respeto como norma de convivencia: respeto de los derechos humanos, de cada ser humano como persona, respeto de la libertad creativa de todos, respeto de la diversidad y de las creencias ajenas. Ello generaría -tanto allá como en nuestro país- educación, culturas positivas, prosperidad, trabajo, oportunidades personales y sociales.
Como se puede ver por lo insólito de las alianzas libanesas, las fuerzas del enfrentamiento son tan fuertes como las de la convivencia. Competencia o cooperación es el gran dilema del ser humano y sus motivaciones son la confianza y la desconfianza. Si se construye confianza, sea con quien sea, se coopera.
Deir-el-Qamar, el Convento de la Luna, nos abrió un espacio de reflexión en los montes del Líbano. Mientras me entrevistaba con políticos de alto vuelo en ese sitio, su vieja historia discurría bajo nuestros pies. Allí los fenicios instalaron su templo y sobre sus ruinas edificaron los primeros cristianos, altar sobre altar, sagrado sobre sagrado, Dios sobre dios. Más tarde se apropiarían del lugar los padres teutones -médicos de las cruzadas-, a su vez desalojados por los turcos, que volverían a invadir y ser expulsados una y otra vez. Territorio de intercambio de cristianos, drusos y musulmanes, a lo mejor esos cerros sean el sentido, el destino, el mensaje del Líbano: el ser un ámbito de frontera, es decir, de enfrentamiento o de encuentro. Los absolutos allí se dan la mano. Es ése un lugar evidente para un diálogo político e interreligioso. Por eso algunos personajes intentan convocar a parlamentarios de distintos rincones del planeta para abrir un ámbito de conversación y generación de confianza. Por eso son muchos los que miran al trono de Pedro en Roma, porque admiran al argentino que predicó siempre la cultura del encuentro y creen que tiene para todos una gran autoridad moral.
Presidente del bloque Unión PRO de la Cámara de Diputados