Vida cultural. Nadie quiere ser best-seller
Dias atrás el novelista Federico Andahazi, en la nota central de la Revista del domingo, habló del resentimiento que siente hacia sus colegas escritores, varios de los cuales no han mirado de buen grado su repentino ascenso a la fama literaria.
Con esta protesta pública resurge un antiguo tema, siempre presente, aunque por lo general de modo más sutil: el del artista a la vez exitoso y despreciado.
Según parece, son muchos los artistas que consideran a sus pares, especialmente sus pares súbitamente exitosos, menos como artistas que como gente advenediza, oportunista, cuasi mercenaria, invento comercial, amiga del escándalo y aliada del dinero, entre otras precisiones diabólicas.
Desde luego, también es cierto que, una y otra vez, se suceden incontables fraudes artísticos, fabulosas maquinaciones industriales diseñadas para ser consumidas, cuando no devoradas, por la avidez del público masivo.
Y son aguerrida legión los artistas que prefieren ajustar, cuando no trastrocar o desfigurar por completo, el estilo personal a la demanda popular.
Pero nunca faltan los colegas que ponen a todos en la misma bolsa y denostan sin miramientos a quienes triunfan, tirando al montón sin que les tiemblen las manos, haciendo el mal sin mirar a cual, por el sólo hecho de que el otro consiguió un puñado de billetes gracias a la venta de sus obras.
Artistas malditos
Se da entonces el doble juego de la aceptación del público y el consiguiente maltrato de quienes comparten los gozos y las sombras del oficio, que de paso hacen el mal. "Los escritores pueden ser muy malditos. Hay un desprecio hacia los que venden. Los colegas te ningunean cuando llegás a ser un best-seller. Hay que mantener el perfil bajo, porque si no la gente enseguida te tiene rabia", susurró con discreción cierto autor, de fina prosa y buena venta, que prefirió no revelar su perfil, no vaya a ser que se gane nuevos rivales por irse de boca.
Será que todavía flotan en el ambiente ciertos rastros de aquella imagen del artista del siglo XIX: un hombre trabajando solo en la buhardilla perdida de un ruinoso edificio, olvidado de la vida social, reunido ocasionalmente con amigos que comparten su eterna miseria y su infinita pasión por la pintura, la música, la poesía.
Tal creador imaginario, estragado por el tenaz alejamiento que lo aparta voluntariamente del mundo burgués, este amigo de la miseria y enemigo del lucro por decisión personal, acaso siga apareciendo como una realidad presente.
Bien mirada, la imagen del artista bohemio se diluye ante el primer golpe de vista, sólo para mostrarse tal cual es en realidad: un mero estereotipo, tan estrecho y superficial como cualquier otro, que sugiere la existencia de lazos invisibles entre la pobreza y la creación. La indigencia, según esta teoría silenciosa, garantiza la independencia, asegura la creación sin restricciones y permite la libertad sin compromisos.
Del dinero, mejor ni hablar, pues corrompe hasta al más probo de los genios.
Por la misma razón, el mundo se ve sistemáticamente privado de miles y miles de talentos, que corren ciegos y desquiciados en pos del oro centelleante.
Vender está mal visto
Resultó llamativo que en esa misma nota del domingo el propio Andahazi se mostrara en desacuerdo con un artículo publicado en otra revista, en el cual figuraba en una lista de best-sellers junto con Sidney Sheldon, uno de los novelistas más vendidos del mundo, extraordinario creador de fortunas en los Estados Unidos.
Sin duda no quería que lo asociaran con el estilo de Sheldon, tal vez poco literario, pero una lista no hace más que apilar nombres de autores vendedores, sin discriminar la calidad de cada uno.
Tal parece que, al fin de cuentas, nadie quiere ser best-seller. O mejor dicho, nadie quiere parecer best-seller, pues vender está mal visto.
Lo mismo ocurre en la música, y también en la pintura, cuando cierto día el artista comienza a ganar dinero con las mismas genialidades o las mismas bazofias refinadamente espantosas que realizada en sus tiempos de pobre. De pronto, ese artista se ha vuelto "comercial", entregado de pies y manos a los caprichos del mercado.
La confusión que lleva a enlazar el éxito económico con el espanto artístico nace casi del instinto, y sus orígenes acaso sean aun más antiguos que los toros de las cavernas.
En el origen de las palabras hirientes y los comentarios despectivos se encuentran los celos, la envidia, la pasión por bajar al que sube vertiginosamente y por igualar a todos al ras del suelo.
"En general no se envidia a los autores extranjeros, sino a los argentinos.Yo no escuché a nadie que criticara a García Márquez por ser best-seller", dice el novelista Eduardo Gudiño Kieffer.
Cuando los juicios sobre la calidad artística se desprendan de las cifras de venta, quedarán sólo dos simples conceptos para designar una obra: buena o mala.
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