Editorial I. Narcotráfico: el enemigo común
LA advertencia formulada días atrás por la DEA, la agencia antinarcóticos de los Estados Unidos, sobre el fuerte crecimiento que probablemente experimentarán en los próximos años, en la Argentina y en los restantes países de la región meridional de América, el tránsito y el consumo de drogas ilícitas es un llamado de atención al que ningún sector de la sociedad debe permanecer ajeno.
Por provenir del organismo con mayor autoridad y experiencia en la estrategia destinada a contener el avance del narcotráfico y de la drogadicción en el continente -y, en cierto modo, en el mundo-, el inquietante pronóstico debe ser tomado como un alerta rojo de extremada gravedad.
La experiencia histórica enseña que las naciones de América latina que no reaccionaron con la severidad debida ante las primeras señales de la intensidad que empezaba a adquirir el flagelo de la droga pagaron un altísimo precio por su imprevisión. El narcotráfico se reveló, en muchos países, como una fuerza de terrible poder destructivo, que arrasa terrritorios y ocasiona daños físicos y morales a menudo irreparables a quienes caen en sus tentáculos.
Las acciones de control y vigilancia que se han venido desarrollando en los últimos años por impulso de los organismos estratégicos norteamericanos -potenciadas por la cooperación multilateral instrumentada a partir de la Cumbre de las Américas celebrada en Miami en 1994- han logrado establecer controles cada vez más rigurosos en las rutas de tránsito tradicionales del comercio de estupefacientes. Esto ha llevado al narcotráfico a desplazarse hacia el Sur en la búsqueda de nuevas vías alternativas.
En consecuencia, la zona más directamente amenazada es ahora la de los países que conforman el Mercosur. Es imprescindible, entonces, que los gobiernos comprometidos en el proceso de integración política de la región austral del continente redoblen sus esfuerzos para enfrentar al enemigo común, consolidando sus mecanismos de coordinación y fortaleciendo sus lazos con la alianza hemisférica antidroga.
Está probado que las operaciones de prevención y de represión desarrolladas por uno o dos países son de eficacia limitada y resultan, a la larga, insuficientes. Dado el carácter transnacional del comercio de estupefacientes, es imprescindible que las estrategias de lucha se encaren sobre la base de la cooperación multilateral y que exista un estrecho intercambio intergubernamental en materia de capacitación, equipamiento, tecnología y capitalización de experiencias.
Las autoridades argentinas no han sido ajenas a la preocupación que genera el azote de la droga. En la XV Reunión Cumbre del Mercosur, recientemente finalizada, el secretario de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico propuso crear un ámbito de discusión para analizar aspectos de vital importancia para la región, como el lavado de dinero, la prevención y el tratamiento de las adicciones, los cambios que se requieren en materia de legislación y los caminos de colaboración multilateral que es necesario transitar. La moción del representante argentino encontró acogida favorable.
La advertencia que ahora formula la DEA debería traducirse de inmediato en una convocatoria enérgica para que todos los actores participantes en la lucha unan y coordinen sus acciones, en el contexto de una creciente cooperación entre los Estados, que ayude a superar el difícil problema de la drogadicción y a derrotar a su agente instigador, el narcotráfico, eliminando así la peor amenaza que se cierne sobre las generaciones futuras y su calidad de vida.
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