Necesitamos volver a escucharnos
En un país en el que nos cuesta escuchar; en el que cualquier idea es sometida a la beligerancia de las redes y en el que el "panelismo televisivo" suele marcar el tono del debate público, acaba de producirse un milagro. Unas 2500 personas, la mayoría jóvenes, se sentaron durante ocho horas en silencio a escuchar a otros. Lo hicieron con sus celulares apagados, sin interrumpir, sin poner su acuerdo o su desacuerdo en primer plano. Se entregaron al sano ejercicio de escuchar ideas y voces diferentes, en una suerte de escenografía reflexiva que genera esperanza.
Ocurrió en el Teatro Colón , donde se desarrolló TEDxRiodelaPlata, una maratón de charlas TED protagonizada por figuras de perfiles académicos, sociales y generacionales muy diversos. Son charlas siempre interesantes, que aportan inspiración, nos descubren mundos nuevos, ofrecen perspectivas originales e invitan, invariablemente, a pensar nuestro entorno de una manera diferente. Pero quizá el hecho más trascendente no haya estado arriba del escenario del Colón, sino debajo, entre el público y también entre la multitud que se quedó con las ganas de asistir, aunque se podía seguir en vivo por internet. Fueron más de 30 mil los que se inscribieron para un sorteo de entradas gratuitas (todo es sin fines de lucro) y apenas 2500 los que pudieron estar allí. Los asistentes tenían un promedio de 32 años de edad. Un dato llamativo: en la era de lo virtual, una inmensa cantidad de jóvenes todavía valora la conversación cara a cara, y por eso hubo una demanda gigantesca para "ir a ver" y mirar de cerca a los oradores, que en ningún caso son estrellas de rock ni celebridades mediáticas, sino todo lo contrario. Sus nombres (al menos los de la gran mayoría) no son famosos, ni siquiera muy conocidos. Lo que atrae son las ideas, la certeza de que se va a escuchar algo interesante.
La Argentina necesita recuperar la vocación de escucharnos, de concentrarnos en lo que dicen otros, de hacer lugar al silencio reflexivo y dejar de lado la dialéctica de la crispación. Y esta curiosa experiencia (la de la maratón de charlas TED) muestra que son muchos los que están dispuestos a ese ejercicio de paciencia, de humildad y de aprendizaje. Es un fenómeno para celebrar.
Los asistentes escucharon ideas, no discursos ni opiniones sesgadas. Los oradores cuentan experiencias transformadoras, aportan una visión de cosas muy diversas, transmiten vivencias. No "bajan línea" ni intentan imponer eslóganes. Hacen, en definitiva, algo que no es frecuente en el debate público. No alimentan ninguna grieta; intentan construir puentes entre realidades y perspectivas diferentes. Y logran este milagro: estimular la idea de que "el otro" nos puede enriquecer. Y que vale la pena abrirse a la diversidad, sin quedar encerrado en el circuito de los que opinan, hablan y reaccionan como nosotros (una de las frecuentes deformaciones de la comunicación digital).
La cultura TED -si es que podemos denominarla de esa forma- ofrece un modelo para la dirigencia, no solo la política. También para los ámbitos educativos en todos los niveles y hasta para la convivencia ciudadana en general. Propone algo tan simple como escuchar ideas con el propósito de ampliar y enriquecer nuestra visión del mundo, más allá de nosotros. Propone el ejercicio del respeto, de la diversidad, de la reflexión. Y también propone hacerlo sin solemnidad, sin dramatismo y hasta con humor, que es una sana manera de expresar que ninguno es dueño de la verdad y que los absolutismos nunca conducen al entendimiento ni al aprendizaje.
Vivimos una época en la que el debate público se libra sobre un campo de batalla. Muchos creen que gritar más fuerte, agraviar y descalificar bajo el amparo del anonimato digital, callar al otro, chicanear y repetir eslóganes y "frases hechas", son fórmulas estratégicas para imponerse y sacar ventaja. Entre escraches tuiteros, noticias falsas y la tentación de la "opinión fácil", hemos empobrecido el debate ciudadano. La experiencia TED sobre el majestuoso escenario del Colón (al que el 52% de los asistentes fue por primera vez) muestra, sin embargo, que también son muchos los que creen en una comunicación ética y de calidad.
Y también que se pueden tender puentes de entendimiento, como el que propuso Félix Díaz. El líder de la comunidad Qom conmovió en una de las charlas, con su defensa de los derechos de los pueblos indígenas. Aceptó hacerlo en nuestro gran teatro lírico, que lleva el nombre de Colón. Quizá sea una metáfora del espíritu que vale la pena rescatar: el del diálogo y la tolerancia.
En una Argentina crispada, atravesada por debates vociferantes y por una dialéctica sectaria y agresiva, el interés por las charlas TED es -sin duda- una bocanada de oxígeno.