Notas sobre dos olímpicos
Era la crónica de un triunfo anunciado. Tan anunciado que cuando Usain Bolt ganó la carrera de 200 metros en los Juegos Olímpicos de Río en 2016 estuve más atento a lo que ocurría en el fondo del pelotón que en la parte delantera. En esta misma columna dejé anotada una cruel paradoja: aunque el último llegó a menos de un segundo del jamaiquino –una hazaña, si se mira bien– nadie le prestó la menor atención. Aquel elogio del noble derrotado tenía como protagonista al turco de origen azerí Ramil Guliyev. Lo volví a encontrar compitiendo en la misma prueba en Tokio (esta vez se quedó en semifinales), pero lo que importa es que mientras tanto –según me anoticia la red– llegó a colgarse el oro en el Mundial de Atletismo de 2017. Cualquier loser olímpico, podría concluirse, contiene en sí un virtual ganador. Guliyev fue al menos el primer heredero de Bolt.
Todavía cuesta adaptarse al contrasentido de que Tokio 2020 –como insiste en llamarse a sí mismo el encuentro, prolongando el primer año de pandemia– transcurra en 2021. El efecto sonámbulo se complementa con la diferencia horaria extrema. La combinación produce –en mi caso– superposiciones con el pasado reciente. Meses atrás, menos por insomnio que por inercia televisiva, me entretuve con un meeting atlético, la Diamond League, que se desarrollaba en Estocolmo. Hoy, gracias a esa distracción, tengo por primera vez la impresión de encontrarme, como si fueran viejos conocidos y conocidas, con varios de los atletas que participan de las Olimpíadas de Tokio.
"Mihambo festeja siempre con inocencia, pero esos triunfos agónicos tal vez sean una táctica"
De ahí también que en vez de dedicarme a algunos hitos notorios (el triple podio de las corredoras jamaiquinas en 100 metros, el impresionante récord de la venezolana Yulimar Rojas en salto triple, la firmeza arrasadora de la portorriqueña Jasmine Camacho Quinn en los 100 metros en vallas), me detenga en dos victoriosos menos publicitados.
¿Alguien escuchó hablar de Malaika Mihambo, la atleta que ganó el oro en salto en longitud? Mihambo, de madre alemana y padre llegado de Tanzania, nació en Heidelberg y es uno de los tantos deportistas que reflejan –contra las falacias ultranacionalistas– la variada mixtura europea surgida de la inmigración. Mejor dicho: Malaika es afroeuropea, pero antes de eso alemana. Tiene, si hay que subrayar un rasgo atlético, una manera tímida de hacer sus saltos. Hace unos meses, en la Diamond League, anduvo siempre por detrás de varias colegas hasta que, cuando ya nadie lo esperaba, logró entremeterse entre la serbia Ivana Spanovic y la ucrania Maryna Bekh-Romanchuk. Algo parecido sucedió en Tokio, aunque de manera más concluyente, porque se llevó el oro. Cuando la competencia se iba a resolver entre Brittney Reese (una simpática, heterodoxa y multicampeona estadounidense) y la nigeriana Ese Brume, Mihambo marcó un último salto de siete metros, que desbancó el 6,97 de sus rivales. Mihambo festeja siempre con inocencia, pero esos triunfos agónicos tal vez sean una táctica: al fin de cuentas, ya fue también campeona mundial en 2019.
"La confianza y tranquilidad del tranco de Duplantis parecen las de un veterano"
El segundo hallazgo de la Diamond League –para un neófito como el firmante– que se repite en Tokio es Armand Duplantis. En materia de nacionalidades, su caso va contra la corriente: nació y se crió en Estados Unidos, en la sureña Louisiana, pero eligió competir por Suecia, de donde es originaria la madre. A los 21 años, Mondo –como lo apodan– ya posee el récord del salto con garrocha (6,18 metros, logrados el año último en Glasgow). La confianza y tranquilidad de su tranco parecen las de un veterano, algo que seguramente heredó de su padre, también garrochista. En Tokio (donde faltó Sam Kendricks, el único que le ganó recientemente) se hizo con relativa simplicidad de la medalla de oro, aunque no logró romper su propio récord ni el olímpico. De todos modos es de los que buscan batir una y otra vez su propia marca, como el inolvidable Sergei Bubka o la emocionante Yelena Isenbayeva. No hace falta decirlo: más pronto que tarde, en el futuro próximo, volveremos a escuchar de él.