Nubes en el camino del Frente Amplio
Como es natural, la reciente renuncia del vicepresidente de Uruguay, Raúl Sendic, generó en la Argentina un fuerte impacto mediático. No siempre, sin embargo, la interpretación del episodio fue la adecuada, por un efecto de comparación que en términos generales -en materia política- es de difícil traslado: son nuestras sociedades rioplatenses muy parecidas en valores y hábitos de comportamiento, pero no tanto en materia política, donde se recogen tradiciones muy diferentes. A riesgo de incurrir en un simplismo, digamos que Uruguay tiene una institucionalidad más sólida, pero una sociedad más pasiva, más atenida a la iniciativa estatal; la Argentina, en cambio, que ha adolecido de problemas institucionales endémicos, posee empero una sociedad mucho más dinámica, que al impulso de sus individualidades brillantes mantiene un brío mayor.
En ese contexto, la renuncia del vicepresidente no significó nada institucionalmente. La sucesión está prevista en la Constitución y así operó automáticamente: cuando no está el vice le suceden, por su orden, los titulares de la lista de senadores más votada del partido más votado. En este caso, el primer titular era el ex presidente José Mujica, pero no puede ocupar la presidencia hasta dentro de cinco años de vencido su mandato, de modo que la lista se corrió a su señora, Lucía Topolansky, a quien conoció en los tiempos en que ambos integraban la guerrilla trotsky-fidelista que pretendió en su tiempo derribar la democracia uruguaya.
El episodio, sin embargo, tuvo importancia política, porque reveló -una vez más- la profunda diferencia de convicciones de que adolece en su seno el Frente Amplio: de un lado el presidente, Tabaré Vázquez; el ministro de Economía, y el de Relaciones Exteriores; del otro los comunistas, los viejos tupamaros y todo un sector -mayoritario- que cree que Cuba y Venezuela son democracias, que ha frustrado los acuerdos de libre comercio impulsados por el gobierno, que tiró abajo el intento presidencial de mejoría en una educación necesitada de un cambio profundo y que, en términos generales, mira la economía desde el ángulo de corporaciones sindicales alejadas de la idea de competitividad internacional.
La historia comienza cuando el actual gobierno desnudó el desastre que había sido la administración Sendic en la Ancap, empresa petrolera del Estado. No sólo perdió 800 millones de dólares manejando un monopolio, sino que en su administración hay irracionalidades de todo tipo, que comprobó una investigación parlamentaria y están hoy a estudio de la justicia penal. Más allá de que haya o no delitos, media una gestión de tal modo desaprensiva e incompetente, que jamás debió catapultar a ese muchacho inexperto a la vicepresidencia de la república. Allí lo impuso el presidente Mujica, como un tributo de amistad a su padre, fundador del movimiento tupamaro, pensando además que podría ser su delfín político. Los hechos han mostrado un error clamoroso.
A ese desastre de administración se le suma un cúmulo de mentiras adolescentes: invocar un título profesional que no tenía, anunciar la llegada inminente de éste desde Cuba y así, sucesivamente, hasta transformar el tema en un hazmerreír descalificatorio. Luego vino el no menos escandaloso episodio del uso de las tarjetas de crédito corporativas como presidente de la Ancap, con gastos notoriamente personales, como calzado deportivo, un traje de baño, un colchón o surtidos de supermercado. Aquí se volvieron a acumular las mentiras y las medias verdades, con lo que un tribunal disciplinario del partido de gobierno tomó la situación en sus manos y calificó el uso de las susodichas tarjetas de "proceder inaceptable en la utilización de los dineros públicos". Sendic renunció sorpresivamente (había dicho lo contrario) y así alivió la tensión desatada en la interna oficialista. Y se ganó también unos elogios del presidente y varios comentarios realizados con su inimitable estilo por su mentor, el ex presidente Mujica, que le reivindicaba comparándolo con el Lava Jato brasileño y los bolsos llenos de dólares llevados al convento por el ex secretario de Obras Públicas José López.
Mirado desde el ángulo de un país poskirchnerista, donde la rebatiña era la norma, este desenlace parece hasta honorable. No lo es, en cambio, si se observara desde una Argentina pos-Alfonsín o desde la tradición uruguaya. Porque demuestra el disparate de una candidatura, la barbaridad de una administración escandalosa -durante dos años- y la defensa de una conducta que terminó descalificada cuando el tema salió de los cuadros políticos activos para pasar a un tribunal de "notables", que dijo lo que pensaba la inmensa mayoría del país.
Añadamos que el episodio no está terminado. Tanto, que la actual presidenta de la Ancap acaba de sostener que no sabe qué hacer con un horno de calizas que compró Sendic en 80 millones de dólares, que costaría 100 más instalarlo y que no se le ve destino porque no se sustenta en ningún estudio consistente de mercado. O que hizo una licitación para construir un remolcador, la dejó de lado y compró directamente, en el doble de precio, a otra empresa.
Todo ha sido un episodio triste. Ha quedado en evidencia que los sectores radicales siguen pensando que el fin justifica los medios y que jamás hay que aceptar algo que dañe a uno de ellos. Lo que no es la primera vez que ocurre y va poniendo, paso a paso, nubes en el camino de un Frente Amplio que en la oposición era el adalid de la moral pública y hoy, en el gobierno, vive acorralado por episodios de constante ilegalidad.
Ex presidente de Uruguay