Rigurosamente incierto. Olímpicas incertidumbres
Olimpia era una fiesta aquel día del solsticio de verano del año 776 antes de Cristo. Apiñados en tribunas de mármol, unos 40.000 griegos se aprestaban jubilosos a presenciar la más importante prueba atlética, una carrera pedestre que cubría el perímetro del estadio Zeus, 192 metros. Entre los espectadores, bajo el tibio sol y acariciados por la brisa que traía el mar Jónico, se hallaban Peribáñides y Rascalbúcrito, cronistas de la agencia de noticias Delfos, peripatéticos ambos.
"Nuestras autoridades exageran un poco -comentó Peribáñides a su colega-. No sólo decretaron feriado nacional mientras duren los juegos, sino que impusieron una tregua a las hordas invasoras del Peloponeso, hasta tanto reciban el olivo los campeones olímpicos."
"Exageran bastante -asintió Rascalbútrico luego de embuchar un trago de Troya-Cola-. El politicólogo Grondonales de Mileto supone que si la práctica de los juegos olímpicos se propaga, tal vez sus reglas éticas se adulteren o sufran avasallamiento. Quizá tema que sobrevenga el amateurismo marrón o, todavía peor, que el deporte se vuelva instrumento de propaganda ideológica." Peribáñides frunció el entrecejo: "En tal caso, ponele la firma que ciertos fundamentalismos étnicos o religiosos meterían la guampa. Caray, el Comité Olímpico debería prever eventuales amenazas del terrorismo internacional".
La palabra terrorismo y cuantas derivan de ella no existían por entonces en idioma griego, por lo que Rascalbúcrito confirmó que su amigo era demasiado propenso a los neologismos. Optó por desviar el rumbo de la charla: "Esos fulanos del Comité están chiflados... ¿Te enteraste? Piensan inventar nuevas disciplinas deportivas. Una de ellas enfrentaría a dos bandos de energúmenos, encargados de patear una vejiga de cebú inflada. Cada bando debería tratar de que la vejiga no ingresara en su portal dórico y sí en el de enfrente, el portal dórico del rival. ¡Qué ridiculez! Deporte tan pavote jamás suscitará tanto entusiasmo como, por ejemplo, el lanzamiento de la jabalina". Sabido es que los ingleses del siglo XIX retomaron esa idea y popularizaron un juego que consistía, con idénticos fines, en patear una vejiga de toro Hereford.
La agencia Delfos recogió los pareceres que Peribáñides y Rascalbúcrito mascullaron aquella linda tarde del año 776 antes de Cristo, durante la primera olimpíada que la historia registra fehacientemente. A ellos corresponde la certeza de que el noble deporte propone los únicos desafíos que enaltecen cuerpo y espíritu. Nueve siglos después, el poeta latino Juvenal abrevó en tal concepto y compuso este bello slogan: "Mens sana in corpore sano".
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