El Mirador. Oposición, el nacimiento inesperado
Hace dos semanas afirmé en esta columna que la oposición estaba esencialmente fragmentada. No me cabe sino reconsiderar la radicalidad de mi diagnóstico. Al menos por una vez y en días recientes, la oposición logró contradecirlo. Como es sabido, ella se pronunció de manera unánime frente al intento del Poder Ejecutivo de imponer a los empellones la reforma del Consejo de la Magistratura. Eso me obliga a reconocer que su capacidad de discernimiento republicano no está definitivamente perdida. Se ha podido, aunque sea circunstancialmente, ver el bosque más allá de cada árbol.
La proyectada reforma del Consejo de la Magistratura, alentada del modo en que lo está por el oficialismo, logró el milagro de que las fuerzas de la oposición se unieran para denunciar la prepotencia del Gobierno. De un gobierno que no se muestra dispuesto a acotar de ninguna manera su deseo de acaparar la suma del poder público.
Los milagros, ya se sabe, son milagros entre otras cosas porque no son frecuentes. Pero suelen resultar propiciatorios de grandes cambios. En esa medida, se constituyen en referentes aleccionadores. En consecuencia, más que invocarlos en actitud de pasiva disposición, conviene percatarse de la significación de su advenimiento y cosechar la energía de su repentina floración. Tal cosa parece haber ocurrido con una oposición adormilada en la dispersión hasta ese día en que despertó para unificar criterios con tan alto sentido de la oportunidad y con tan buen olfato de los valores en juego.
Esta súbita coincidencia de las fuerzas opositoras -circunstancial y a todas luces frágil todavía- tuvo sus laboriosos artífices. Uno de ellos fue la inspirada Elisa Carrió. El otro, claro está que sin proponérselo, fue el ofuscado Presidente de la Nación. Un presidente que acumuló suficientes desaciertos en el orden institucional como para que, entre los opositores, terminara prevaleciendo la necesidad de coincidir e integrarse en un pronunciamiento compartido.
Si algo hasta ahora apaciguaba los ánimos del Presidente con respecto a la eficacia de sus adversarios no peronistas fue el creerlos incapaces de transitar del plural al singular, es decir, de ser opositores a ser oposición. No parece haber sospechado, el doctor Néstor Kirchner, que muchos de sus contundentes pasos en pos de su hegemonía podían terminar favoreciendo el nacimiento del ogro indeseado. Nacimiento problemático y rebosante de incertidumbres, por cierto, pero nacimiento al fin. Y no hay prueba más resonante de ello que su virulenta descalificación del recién nacido.
A este Presidente se le deben, al igual que a su ex Ministro de Economía, algunos logros notables. Tan notables como las deudas por él contraídas con las instituciones republicanas por las que no manifiesta más que un descarnado interés instrumental. Ahora bien: si las presuntas diferencias ideológicas entre los opositores son la causa que obstruye el afianzamiento de políticas conjuntas en una postura común perdurable, habrá que aceptar que ellas seguirán siendo funcionales a los intereses del Gobierno. No advertirlo es más que un signo de ceguera política. Es un signo de estremecedora irresponsabilidad republicana.
Una cosa es ver peligrar el propio poder. Otra, ver peligrar la fortaleza institucional de la Nación. Al peronismo lo desvelan los riesgos que corre cuando el poder se distancia de sus manos. A la oposición sólo se la podrá reconocer como democráticamente responsable cuando sus conductas parlamentarias revelen la preeminencia de la unidad que pide la República sobre la fragmentación en la que se empecinan los intereses partidarios. Si el pasado se repite es porque no se lo asimila. Y en esto, convengámoslo, no está solo el oficialismo. Lo acompaña, como muy buen ladero, la incultura de la oposición. Una incultura que se ha autodenunciado por fin a sí misma mediante un gesto digno de todo elogio. Ese que desató el debate ausente en torno a la reforma del Consejo de la Magistratura. Una incultura que deberá ser perseverantemente combatida para que ese gesto indispensable no se pierda en la inconsistencia de lo puramente circunstancial.
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