Páginas del mar
Muchos autores han escrito sobre el mar. Si bien varios de ellos se han aventurado en las aguas reales, surcando el océano como si fuese una página en blanco en perpetuo movimiento, no siempre han sido excelsos nadadores. No hace falta: se puede bucear con las palabras. El tesoro de la lengua está al alcance de todos.
El mar es también un concepto. Con leer Moby Dick basta para darse cuenta. Un concepto de extensión, totalidad, pérdida absoluta, entrega primordial. Como el desierto: un espacio lleno de nada, propicio para la invención.
Recordemos al flemático Peter O’Toole en el papel de Lawrence de Arabia, cuando desafía al sol para llegar a Akkaba, convenciendo a los beduinos de que “nada está escrito”. Su convicción aterra y deslumbra.
Nada está escrito para los que apuntan con los ojos hacia el horizonte. En este sentido, ¿hay mejor superficie que el mar o el desierto para emplazar una escritura que sea una aventura real del pensamiento?
Algo de esto intuyó Arturo Pérez-Reverte, al convertir su juventud en una combinación de viajes marítimos y libros de Stevenson, Conrad y Melville. Ahora, el creador de Alatriste prologa el libro Cuentos de navegantes, con una selección de textos realizada por el marplatense Juan Bautista Duizeide. Si bien ya existen antologías de ficciones marítimas, la que aquí se presenta remueve las aguas con autores menos previsibles, aunque resulta imposible no encallar en Stevenson.
Duizeide (egresado de la Escuela Nacional de Náutica como piloto de ultramar y, después, Premio Nacional de Narrativa Breve Leopoldo Marechal, en 2004, por su novela En la orilla y Premio Cortázar 2005, por Kanaka) comienza con “Los buques suicidantes”, de Horacio Quiroga, un relato escalofriante en los mares del Norte sobre marineros que se tiran al mar debido a un tremendo agobio. Sigue con “Una voz en la noche”, de William Hope Hodgson, quien dio tres vueltas al globo al culminar el siglo XIX, para después dedicarse a escribir. También incluye un texto de Borges sobre mujeres piratas, “La viuda Ching pirata”; “El bote abierto”, de Stephen Crane, la historia de un naufragio real, colmado de olas espumosas; “Luna roja”, de Leopoldo Brizuela; “La cadena del ancla”, de Roberto Arlt; “El último viaje del buque fantasma”, de García Márquez, y el bellísimo cuento “Juventud”, de Joseph Conrad, en los mares de Oriente. En total son 21 relatos, divididos en tres partes: singladuras, orillas y naufragios. Las aguas se van mezclando, las dulces con las saladas, las del Río de la Plata con las de Tierra del Fuego y la Patagonia chilena, los mares de Oriente con los del Norte. Pero en cada uno el estilo es un navío, una forma de cruzar las aguas armados con una mirada: la del escritor que comprende que las palabras pueden salvar al que está a punto de ahogarse. Como bien decía Lawrence de Arabia en el grandioso film de David Lean: “Nada está escrito”. A nadar, entonces.