Pasión, razón, razones y propio interés
La Argentina ha declinado en los últimos 80 años en relación al promedio de todos los países, tanto en economía como en educación, salud, rapidez de la Justicia, y en otras variables clave del desarrollo económico y social. Muchos de los estudiosos del tema llegan a la conclusión de que eso ha sido consecuencia de elegir e implementar medidas equivocadas, "irracionales", en lugar de adoptar medidas convenientes, "racionales". No sólo eso, sino que los errores se repiten en forma periódica cada ocho a diez años, mostrando una "compulsión a la repetición histórica", a caer en el mismo problema, como quien tropieza varias veces con la misma piedra. La "elección racional" o "racional choice" no ha sido entonces la norma que guió la toma de esas decisiones. Nos hemos dejado vencer por apreciaciones de corto plazo o por sentimientos encarnados en distintos movimientos ideológicos o por pasiones, y ejecutamos la decisión equivocada.
En el libro de Jon Elster Reason and Rationality, donde se estudia con un enfoque analítico el comportamiento humano, podemos leer que la razón siempre ha sido analizada en la tradición de Occidente como opuesta a las pasiones. Adoptamos grandes decisiones impulsados por sentimientos, por grandes pasiones, por conveniencias circunstanciales, sin medir el efecto de esas decisiones en el largo plazo, que pueden ser decisiones opuestas a las que la pasión desea como, por ejemplo, la guerra de Malvinas, emprendida por los militares y apoyada por la mayoría de la población, que hizo que esas islas sean ahora menos argentinas que nunca.
El político argentino, aunque esto no ocurre sólo aquí, llega a los cargos públicos no con la idea de poder hacer el bien común, que sería lo que indicaría la verdad de la razón, sino que va en gran medida por razones particulares
Las pasiones suelen vencer fácilmente a la razón, pero se considera un gran triunfo de la razón dominarlas y también dominar al interés individual, tal como dice La Bruyére, en un famoso pasaje, que conecta entonces la razón con el interés general, venciendo así el propio interés, más egoísta. La fuerza moral, en las personas que quieren hacer política, debe ubicarse antes que todo sentimentalismo o pasión u otras variables que juegan en los candidatos a un puesto político. No alcanza con tener cara linda o ser muy conocido por algún deporte o por ser un artista consagrado, caso de Nacha Guevara, para poder presentarse a las elecciones. En los casos en que esto ocurre, el problema viene después de ganar.
Nosotros, los argentinos, tenemos razones, pero no razón, es decir, nos preocupa muy poco descubrir la verdad de las cosas por medio del uso de este ente, la razón, que la Naturaleza en sí no posee y sólo el Hombre tiene el privilegio de disponer. Una cosa es actuar conforme a la razón, en singular, y otra actuar por buenas razones, en plural. Ambas cosas son muy diferentes. Actuar, como una norma de conducta, según "la razón", es algo objetivo, verdadero. En cambio, actuar según "buenas razones" es algo subjetivo, puede ser importante para mí, pero no puedo someter la política de gobierno que estoy llevando adelante por que a mí me parece, o a mí me conviene o basada en un interés propio, a la prueba de la razón general, del bien común o, al menos, del bien para la gran mayoría.
No hay ningún país que pueda progresar al ritmo promedio del mundo por 20 años seguidos si actúa de una manera circunstancial
El político argentino, aunque esto no ocurre sólo aquí, llega a los cargos públicos no con la idea de poder hacer el bien común, que sería lo que indicaría la verdad de la razón, sino que va en gran medida por razones particulares, principalmente sacar una buena tajada de los recursos de la comunidad y apropiárselos individualmente.
¿Qué quiero decir con esto? Que hay mucha superficialidad en la forma en que adoptamos decisiones que afectan gravemente al Estado nacional, o a las provincias o a las municipalidades. No podemos dejar pasar por alto este comportamiento.
Consideremos dos ejemplos:
En el primero, recordemos el traspaso que se hizo en los 90 de la educación primaria y secundaria del Estado nacional a las provincias, prácticamente sin los recursos correspondientes, con el objetivo de ahorrar dinero para la administración central. Esto perjudicó mucho los niveles educativos y las finanzas provinciales de aquel entonces, pagando el precio de una decisión conveniente para el Estado Nacional en cuanto a dinero, pero transfiriendo el problema educativo a la población y el económico a las jurisdicciones subnacionales. El Ministerio de Economía de aquel entonces (Domingo Cavallo) habrá tenido razones, pero no tuvo la razón, no fue conveniente la decisión para el bien común.
En el segundo ejemplo, tratamos un caso más reciente: El gobierno nacional, desde 2012, no puede pagar más los subsidios porque se le acabó la caja, pero no quiere pagar el precio político de este fuerte encarecimiento de precios. Por lo tanto, quiere transferirle el problema a otro, en el caso de los subtes, al gobierno de la ciudad de Buenos Aires. El precio del viaje en subte, en varias etapas, tendría que aumentar alrededor de 5 veces (al sacar el 100% de subsidios y actualizar los costos de transporte hasta abril de 2012). El jefe de Gobierno no va a tener opción. Pero el tire y afloje entre las jurisdicciones va a generar cierto grado de incertidumbre entre la población acerca de la seguridad en los subtes, más si le sacan la policía de las estaciones, perjudicando el bien común. Si se deseara transferir a la Ciudad las distintas actividades que podrían corresponderle porque operan en su ámbito geográfico, sería mejor hacerlo de una manera ordenada, comenzando por las comisarías, los subtes, el juego, la distribución de electricidad o gas, los colectivos y demás, todos con el correspondiente recurso que hoy está asignado a ese gasto o inversión. Sin volver a repetir el error de Cavallo en la transferencia de servicios educativos a las provincias, sin recursos. Pero si lo más importante que entra en consideración en esta decisión es la imagen política, el dirigente cortoplacista no va a adoptar la decisión racional, y entrarán en juego otras motivaciones.
No hay ningún país que pueda progresar al ritmo promedio del mundo por 20 años seguidos si actúa de una manera circunstancial. Pensar sólo desde la propia posición ideológica o sólo en el presente, o en el cortísimo plazo, es una fuente de errores en política. En un contexto así se hablará con mucha pasión de personas, en lugar de las razones para adoptar una medida. Es probable también que se descalifique al otro en lugar de analizar lo que está diciendo o proponiendo para fundamentar su posición.
La idea de razón en las decisiones comprende tres elementos (Elter): 1) imparcialidad en relación a las personas, 2) imparcialidad temporal y 3) creencias racionales. Las tres van unidas e incluso pueden casi deducirse unas de otras.
Lamentablemente no encuentro políticos en los niveles altos de decisión del país que cumplan con las tres reglas. Quizá un cambio generacional pueda mejorar las cosas, aunque si no se estudian y discuten mucho cada una de las decisiones a adoptar, no hay garantía de que por la edad solamente vayan a mejorar las cosas. Requerimos un cambio moral inmediato, definitivo, pero ningún político propone ese cambio moral. Todos proponen "cambios" que son de otra naturaleza.
lanacionar