Rigurosamente incierto. Películas que traen cola
El productor cinematográfico estaba ofuscado:"Mire, hace más de tres meses presenté el guión de la película y los avales bancarios correspondientes y usted me dice que el trámite está demorado, que han debido requerir ciertos vistos buenos especiales. ¿Cuánto más debo esperar?" El funcionario del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales procuró que el hombre entrara en razones: "¿Sabe qué pasa? El argumento de su película abunda en insidiosas metáforas políticas y el personaje principal, ese viñatero riojano, se parece mucho al Presidente. Hemos girado el guión a la Casa de Gobierno y creo que no ha caído del todo bien".
"¡Eso es censura previa!", bramó el productor. A regañadientes, el funcionario esbozó una sonrisa: "Vamos, no lo tome a la tremenda. ¿Qué necesidad hay de mostrar al viñatero jugando al golf y errándole al hoyo desde escasos diez centímetros?"
Malos ejemplos
En el fondo, el funcionario lamentaba la proliferación de películas norteamericanas que, con ficticio realismo, ventilan supuestas escandalosas intimidades de la Casa Blanca. Ejemplos recientes: Colores primarios , con John Travolta; Mi querido presidente , con Michael Douglas; Poder absoluto , con Gene Hackman... Cabía suponer que esa aviesa tendencia encontraría seguidores en países que cuentan con una figura presidencial carismática y seductora, que no sólo atrae por su hondura intelectual y sus atributos de prohombre, sino además por su versallesca elegancia y por su pícaro sentido del humor.
Si un presidente responde a ese perfil, de inmediato aparecerán, como chimangos oportunistas, los productores cinematográficos empeñados en filmar películas con parecidos y semejanzas que no son meros productos de la casualidad. En la Argentina, un proyecto de esa especie acaba de motivar una irritante controversia: el 31 de agosto, este diario informó que el guión de Milenium fue presentado al Instituto para la obtención de un crédito y que el trámite tomó el tortuoso ramal de la indefinición burocrática y, luego, el del reclamo judicial.
El funcionario acabó perdiendo la paciencia. Como si no bastara con el incordio de Milenium , ahora debía vérselas con este otro fulano, empecinado en llevar adelante un film que contaría la historia de un bodeguero que baja de sus montañas para imponer en Buenos Aires las bondades de su vino fino de mesa. Lo consigue, pero al precio de establecer vínculos societarios con catadores de sensible paladar neoliberal. Así, sus vinos Salariazo son rápidamente retirados de las góndolas de los supermercados y reemplazados por los de una cepa fermentable moscatel inodora (FMI para los entendidos), más densos y espumantes.
"Quite la escena del golf y la de la depilación de las patillas, y vuelva la semana que viene", dijo el funcionario. El productor se fue dando un portazo y convencido de que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales es inextricable a partir de su denominación: ¿o acaso el cine no es un arte audiovisual? © La Nación
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