Libros / Adelanto. Peronismo y lealtad: buenos muchachos
En su libro Guardia de Hierro (Sudamericana), Alejandro Tarruella reconstruye la historia de una organización clave durante los años de la resistencia peronista y desnuda la inspiración fascista de sus orígenes
Afines del 55, instalado el nuevo gobierno, gran parte de los delegados gremiales eran nombrados por el Ministerio de Trabajo y la CGT era intervenida por el capitán Patrón Laplacette, quien dispuso echar de la textil La Bernalesa a 120 delegados, en su mayoría peronistas. Los socialistas, que como en el 30 -entonces a través del recorte de los Independientes, que accedieron a diputaciones y concejalías- participaron en el golpe, advirtieron con gesto inocente que el caso merecería la intervención de la ley. La izquierda de la época, incluidos los comunistas, y salvo excepciones, miraba para otro lado. Algunos soñaban con la herencia de los despojos, se sentían la vanguardia, la alternativa al peronismo, en cuyas filas esperaban crecer.
Sin embargo, no era una operación sencilla arrancar los logros históricos e instalar un nuevo orden de un día para otro. La resistencia en las calles y la acción de la Confederación General del Trabajo lograron que el gobierno dictara el decreto 2739 de febrero del 56, que autorizaba un aumento salarial de emergencia del 10 por ciento para frenar el descontento; pero, al mismo tiempo, permitía a las empresas acordar nuevas condiciones de producción por fuera de las normativas precedentes. La ley y la Constitución se veían cada vez más lejos. En este punto sitúan algunos autores el inicio de la resistencia. "En parte constituyó una respuesta defensiva a la franca represión y al hostigamiento de los trabajadores en el sitio de trabajo. [...] El fusilamiento del general Valle, las ejecuciones en los basurales de José León Suárez y la persecución a militantes devolvían la tragedia a la vida cotidiana.
Los caños, explosivos de escasa potencia que estallaban en grandes cantidades en las ciudades más importantes del país, fueron un efecto de esa tensión. Perón exigía continuar hostigando al enemigo para hacerlo retroceder. Obtener los explosivos para los caños era una odisea porque no había recursos económicos debido a las confiscaciones efectuadas por el golpe. La iniciativa popular se movilizó: "Había compañeros que viajaban en ómnibus a Tandil, y por contactos conseguían traerse algún material explosivo. Era un peligro transportarlos en un micro pero los traíamos. Después se preparaban los caños en la casa y los colocábamos por toda la ciudad". Enrique Oliva recordó que el fundador del Movimiento Popular Neuquino (MNP), Felipe Sapag, un día llevó a un galpón de Neuquén a varios militantes. Los muchachos, que "conocían el paño", le dijeron que allí había un olor a gelinita inaguantable. "Días después, los llamó nuevamente, los llevó al mismo lugar y les mostró varios cajones de manzanas. ?¿Qué huelen ahora?´, preguntó don Felipe. Los muchachos olieron y hallaron que había un aroma a manzanas pero medio fuerte y se lo dijeron. ?Mientras huela a manzana, vamos bien -respondió don Felipe-. Lo que pasa es que le puse la gelinita abajo y así lo podemos mandar a Buenos Aires´" . [...]
En 1957, el Comando 17 de Octubre que orientaba en Tucumán Domingo Mena (del CNP) se integró a la red del Bebe [John William] Cooke y operó el traslado de explosivos desde Jujuy a Buenos Aires. Exiliados argentinos residentes en Villazón escondían los cargamentos debajo de los vagones del Ferrocarril Belgrano que llegaban a La Quiaca y Tucumán. Desde allí, con la complicidad de los ferroviarios, trasladaban los explosivos al Ferrocarril Mitre, que los conducía luego a Buenos Aires, donde se los distribuía. Ese mismo año, César Marcos y Raúl Lagomarsino lanzaron la publicación política El Guerrillero donde Alejandro Alvarez, que impulsó Guardia de Hierro años después, escribió sus primeras notas políticas.
Y? muchachos, qué nombre le ponemos a la orga? -se impacientó Alejandro Alvarez antes de beber el resto del cortado de su pequeña taza de loza blanca. Corrían los últimos meses del sesenta y uno.
-Me parece que a una organización política de la juventud hay que ponerle un nombre que duela -opinó Enrique Ainseinstein [...].
Los otros muchachos eran el ruso Mario Gurioli y el tano Mario Ambrosoni, que estaban desde las tres de la tarde en La Academia, el bar de billares de Callao casi Corrientes, uno de los lugares donde hacían encuentros que duraban hasta la madrugada. [...] En ese momento, querían elegir de una vez el nombre de la organización que iba actuar como juventud del Comando Nacional Peronista. Una vez que se produjo la desnacionalización del Frigorífico Lisandro de la Torre, Alvarez alentó esa formación: él sentía que estaba en condiciones de liderar un grupo que se sumara a la lucha. El sentimiento de agobio y desesperanza que cundía en algunos sectores del peronismo lo movilizaba: era la hora exacta de practicar el despegue.
-Necesitamos una organización que nos represente aun cuando estemos en el Comando, porque el general necesita una base muy fuerte de sustentación en lo gremial y lo político, y ahora precisa también que la juventud se juegue por una razón fundamental -continuó Alvarez.
Una de las debilidades de Alvarez consistía en encarar a una o varias personas con un discurso cargado de mística peronista para disparar la atención sobre su personalidad desbordante. [...]
- Hay un grupo de dirigentes gremiales que está traicionando a Perón y negocia con el enemigo. Hay montones de dirigentes políticos que juegan con el régimen, con Frondizi, cuando no con los milicos que andan en el golpe, y se suman a los juegos de armar una línea donde el general no juegue ni a placé. Entonces, tenemos la responsabilidad de armar frentes de luchas y organizaciones para sostener el objetivo de traer a Perón a la Patria. ¿Te parece una razón válida? -hizo una pausa, respiró hondo, dio una pitada al Clifton y habló con mayor serenidad-. Ahora les pregunto otra vez a todos: ¿cómo llamamos a la organización?
Se hizo un silencio tenso bajo el humo de los cigarrillos y el murmullo del fondo del bar donde se jugaba al billar. El Tano Ambrosoni comenzó a rascarse la cabeza y fruncir el ceño, entonces reaccionó.
-Lo tengo, muchachos? -de la vivacidad de la primera impresión pasó de repente a la mesura; miró al Gallego Alvarez como si buscara una respuesta imposible-. Bueno, si están de acuerdo. Ahí va mi propuesta: Guardia de Hierro.
-¡¿Y eso?! -la exclamación hizo levantar la cabeza a más de uno de los parroquianos de La Academia- ¿Guardia de Hierro?
-¿Con qué se come? -se angustió Ainseinstein.
-¿Lo sacaste de Misterix, tano? -terció Gurioli sumido en el desconcierto.
-¿De dónde sacaste el nombre de Guardia de Hierro?? -el gallego Alvarez se mostró interesado en saber qué se traía entre manos Ambrosoni. [...]
La historia decía que el capitán Corneliu Zelea Codreanu creó en Rumania la Guardia de Hierro al finalizar la Primera Guerra Mundial, en 1918, con los campesinos y los estudiantes universitarios. Los legionarios decían que los políticos y los especuladores, en su mayoría judíos, habían traído el hambre al pueblo. La anexión de Besarabia había unido al poder político y económico en Rumania. En ese momento Guardia de Hierro era antisemita, nacionalista y esotérica: Codreanu acusaba a los partidos de manejar todo con la monarquía, y en 1924 se enfrentaron con el gobierno monárquico. Codreanu fue detenido y en la cárcel afirmó que "el arcángel Gabriel lo había visitado e instado a dedicar su vida a Dios". Al quedar en libertad fundó la Hermandad de la Cruz, una organización clandestina, típica de los nacionalismos reaccionarios, formada por los "elegidos" de la Guardia de Hierro. [...]
Luego de escuchar una síntesis de la historia de la Guardia rumana, todos mantuvieron silencio. Había una voz que iba a expresarlos y ellos la esperaban.
-Ese nombre nos puede pintar cara de fachos, ojo al hilo -se preocupó Gurioli, pensativo-. Encima, viene de Rumania como los vampiros? creo que a ese nombre hay que encontrarle la vuelta para que después no nos traten de fachos y chupasangres.
-Está bien, pero la historia tiene que ver? -Alvarez arrancó golpeando con los nudillos la mesa-; hay algo que nos puede servir: puede ayudarnos a confundir a la gilada porque esta misma confusión se la pueden comer los que nos acusan de bolches y de troscos. Por ese lado puede ser útil porque hasta ahora los traidores y los milicos, cada vez que hacemos algo, nos acusan de estar en la izquierda? -insistió Alvarez; mostraba con los dientes una sonrisa forzada. [...]
-No está mal -reflexionó Gurioli como al pasar- si lo pensamos en el sentido de que lo que necesitamos es una guardia que rodee, que cuide al general, una vez que regrese al país.
Aquella tarde de 1961, cuyos días no aparecen muy claros en el recuerdo de los que participaron, Alvarez comenzó a recorrer el camino de la puesta en escena personal; podía ser un referente político del peronismo y acercarse al general con una propuesta concreta que proyectara a la resistencia. Ambrosoni conocía a la organización rumana porque durante la dictadura del Duce Benito Mussolini había sido balila, esa suerte de boy scout fascista con aire de inocencia.
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